Trabajo y Pobreza Estructural

Un tema muy importante, a nivel mundial es el de la pobreza, y en particular sus características «duras» o estructurales. Esto ha sido reconocido en los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de Naciones Unidas, en función de que hay 836 millones de personas que la sufren en el mundo y una de cada cinco -en las regiones en desarrollo- vive con menos de 1,25 dólares diarios.

En la Argentina esto ha venido siendo medido por el Observatorio de la Deuda Social Argentina (ODSA). Según notas periodísticas la seguridad alimentaria, cobertura de salud, servicios básicos como conexión a la red de agua corriente, vivienda digna, recursos educativos, afiliación al sistema de seguridad social, y acceso a las comunicaciones y a la información, son las siete dimensiones e indicadores de los derechos sociales para conocer cuál es la pobreza estructural profunda en la Argentina.

Dentro de este marco general podemos afirmar que hay una gran heterogeneidad de situaciones para afrontar la pobreza multidimensional. Por ejemplo hay personas que no tienen agua corriente pero no están afectados por la seguridad alimentaria. Otras personas pueden tener una u otra de estas características o las dos, pero sus hijos acceden a recursos educativos. Y así podríamos seguir con otros ejemplos donde, en muchos casos, tienen las siete características juntas.

Si vamos al extremo de la indigencia y tomamos el caso de las personas en situación de calle (por ejemplo en la Ciudad de Buenos Aires) hay también una gran diversidad, desde menos de tres meses, entre tres y seis meses, más… En otros países como Chile se han desagregado distintas características de estas personas para el año 2015. De ello se deriva que pueden haber medidas generales, como proporcionarles una renta básica o un lugar de vivienda temporaria, hasta poder ayudarlos de manera personalizada -según sus características singulares– para ofrecerles salir de la situación de calle. También se puede articular con colaboraciones de la sociedad civil a través de donaciones u otras modalidades. Dentro de esta variedad de situaciones habrá personas que puedan acceder a la economía popular (al respecto ver el listado de posibles trabajos), otras podrán articular trabajos como cosecheros pero habrá que solucionar situaciones como las descriptas en esta nota (resolver la incompatibilidad con planes sociales) o una capacitación en algún oficio, mientras que otras tendrán que ser asistidas en forma permanente en alimentos, salud y una vivienda, y tratar de que las nuevas generaciones tengan una educación de calidad.

En el caso argentino, en caso de que el tipo de cambio -en promedio- sea relativamente alto, ello puede tener un efecto positivo para proteger industrias como la textil, la metalmecánica y otras similares de la economía regional del conurbano bonaerense y similares. En la medida en que el consumo se vaya reponiendo podrá ser abastecido más por producción nacional que por importaciones. Esto puede generar trabajo en los sectores pobres que tengan la calificación adecuada para estas industrias. El efecto negativo es que los alimentos (o bienes salarios) serán -en términos relativos- más alto. Habrá que explorar modalidades de economías de escala y achicamiento de la cadena de intermediación para producir y distribuir alimentos de menor costo para la población pobre (hasta ahora sólo se pudo implementar lo de las ferias para productos frescos, pero no para el resto de los alimentos). Esto podría ir acompañado por la propuesta planteada en esta nota por Juan Llach, así como por Bernardo Kosakoff en este reportaje (donde comenta la experiencia norteamericana) y Agustín Salvia en este video (del minuto 10,27 en adelante).

Es muy interesante una experiencia concreta de eliminación de la pobreza, donde se articulan localmente distintas dimensiones -con donaciones de ongs del exterior y canalizadas una ong (Akamasoa)- y se desarrolla la agricultura para proveer alimentación y generación de un cierto excedente. Es un caso en Madagascar, donde el sacerdote argentino Pedro Opeka viene ejerciendo un liderazgo que promueve la activa participación de la población, sin caer en ningún tipo de paternalismo. Es quien sale fotografiado con la imagen de la entrada de esta nota, con viviendas nuevas construidas por (trabajo realizado por esa poblacióny para personas que han salido de la pobreza extrema en ese lugar. Hay un canal de televisión que ha documentado esta historia (donde se muestra el trabajo rural que les permite subsistir), que nos da un ejemplo de esperanza concreta de cómo abordar exitosamente esta cuestión (no contó con la ayuda del Estado, lo que hace aún más meritorio el esfuerzo).

Volviendo al caso argentino se requiere de una sociedad sensible que impulse decididamente una acción eficaz coordinada del estado (en sus distintas expresiones), con organizaciones de la sociedad civil (personas que donen tiempo, especies y dinero) y de empresas socialmente responsables (desde el pago de impuestos y una comercialización -minimamente- no abusiva de sus productos hasta involucrarse en forma más directa con distintos tipos de ayuda), dando participación y dignidad (por ejemplo trabajo en la resolución de su situación) a las personas en situación de pobreza donde hoy viven y analizando posibilidades de desarrollo de agricultura urbana (por ejemplo con acuacultura o más en general huertas urbanas). Sin embargo una cuestión a explorar es la posibilidad de generar proyectos de formas de trabajo rural (como el caso de Madagascar) en economías regionales que busquen recuperar tierras semidesérticas (con nuevas técnicas de irrigación y de cultivos), de zonas inundadas o en forma de terrazas en las montañas como hizo la cultura incaica (también en países de Europa donde escasea la tierra en valles), u organizadas en ecovillas (con el debido acompañamiento). Allí se podrían establecer colonias de personas (que hoy viven en urbes hacinadas y que, muchas de ellas provienen del interior del país), con el acompañamiento de ongs, universidades y distintos niveles o competencias del Estado a fin de que tengan todos los estímulos necesarios para desarrollar exitosamente una vida digna.

Como planteo general para el caso argentino es interesante la reflexión de Agustín Salvia (Director del Observatorio de la Deuda Social Argentina de la UCA) que hace en este video donde dice que «a este capitalismo le sobra un cuarto de la población argentina» y en los minutos 22 a 25,40 hace una propuesta concreta vinculada con una posible formalización de esta población de las actividades actuales y futuras que pueda desarrollar en los lugares donde vive (hay apps que pueden facilitar algunas de estas actividades vinculadas con oficiosempleo doméstico, etc.). Por su parte el economista Ricardo Arriazu, en una entrevista publicada en el diario Clarín el 5/11/2017, sostiene que para reducir la pobreza en Argentina al 10%, la economía tendría «que duplicar la tasa de crecimiento de los últimos 60 años». También será fundamental todo lo que se pueda hacer para sostener la economía popular (ver listado posible de actividades al final de esa nota) y que «el sacrificio tenga sentido» en un proceso evolutivo de desarrollo inclusivo. También son relevantes las experiencias micro como las que se muestran en sitios como «hambre de futuro» y que se expresan en «redes invisibles«.

A mediano y largo plazo habrá que hacer seguimiento de la evolución de la inteligencia artificial en la provisión casera de comida, así como de ropavivienda, que puede -a futuro- revolucionar la autosubsistencia humana, al igual que la autogeneración de energía (solar o biodigestores), y el trabajo como prosumidores de la agricultura urbana. Ir haciendo una capacitación gradual para este posible escenario puede ser valioso.

Explorar estas posibilidades y poder desarrollarlas, en el marco de un enfoque sistémico o multidimensional, hará que se hagan efectivos sus derechos, el logro de los ODS de Naciones Unidas y el cierre de una «grieta socioeconómica» que nos permita converger hacia un mundo mejor.

PD: Es interesante la experiencia china en pequeños pueblos que se comenta en esta nota donde se combinan incentivos morales para las familias (con un sistema de puntuación con estrellas) más cooperativas más asignación de presupuesto público para obras vinculadas al bien común. Vinculado con este país también se puede visualizar este portaleste documento.

 

 

Economías con Ecovillas

Muchas personas aspiran a vivir en armonía con la naturaleza y con otros seres humanos. Algunos lo logran en su pequeño grupo, en el lugar en que viven (aunque sea muy parcialmente) y desempeñan sus actividades, y otros generan un espacio específico llamado «ecovillas» o «ecoaldeas» (ver redes como esta donde se listan quienes pertenecen a la misma, o Gaia, entre las principales).
Esta temática está emparentada a la permacultura, a modalidades comunitarias como el ecocomunalismo, la economía social y solidaria, el bioregionalismo, al postcapitalismo (que hemos desarrollado en una nota en este blog), a la economía ecológica, entre otras.
En cuanto a las ecoaldeas, del largo listado que figuran en las redes más arriba mencionadas, el diario El País de España menciona a Auroville (de la que se ha tomado como imagen de este texto), como una ciudad de «otro mundo posible». En la nota dice que «en 1968, en pleno boom de la generación flower-power, nació una ciudad internacional a modo de laboratorio en el sur de la India. Auroville, Villa Aurora o ciudad del Amanecer, es un concepto en contínua construcción creado por la discípula de Aurobindo, un pensador hindú e impulsor del «Yoga Integral». Mirra Alfassa, conocida como «la Madre», impulsó la creación de un asentamiento urbano donde hombres y mujeres de todas partes del mundo pudieran vivir en armonía y paz sin que sus diferencias culturales o religiosas afectaran a su convivencia. Municipio protegido desde su nacimiento por la UNESCO, es la materialización de un sueño que Alfassa tuvo al poco de morir su maestro, y que se construye a modo de ciudad utópica cuyo objetivo es la experimentación en la unidad humana. Un proyecto único en el mundo». BBC News también destaca algunas de sus características, que se puede actualizar en el sitio oficial de la ciudad.
En Argentina como referencia general se puede ver este link (y experiencias como las de Ecovilla Navarro y otras), y además se puede consultar este sitio de Gaia (con los condominios Amanecer y Primavera), y esta actualización a septiembre de 2020. También son de destacar iniciativas como las de Tamara Rufolo y el proyecto en curso denominado Aluna Ecoaldea.
Si bien los múltiples casos que venimos de mencionar no constituyen «lo hegemónico», podemos visualizar que han dejado de ser consideradas como una quimera o algo imposible de concretar, sino que se van multiplicando a lo largo de todo el mundo. Son un testimonio concreto de otro tipo de vida, de desarrollo local, de retención de población rural y de absorción de población urbana de alta conciencia que aspira a otro tipo de vínculos con el medio ambiente y a relaciones no mercantiles. Seguramente la articulación de estas experiencias con energías renovables (como la solar), avances en las tecnologías de agricultura orgánica (en particular en el control de plagas), en las ciudades verdes, la arquitectura sustentable o verde… que sumado a iniciativas de producción limpia e impresoras 3D cada vez más sofisticadas (que posibilitarán el pasar a ser prosumidores a familias y pequeñas comunidades), pueden ayudar a converger a un mundo cada vez mejor.

Plan A, Plan B… para un mundo mejor

Una lectura institucional sobre los Objetivos de Desarrollo Sostenible a alcanzar por la humanidad a través de la Organización de las Naciones Unidas, nos plantea una mirada esperanzadora para un mundo mejor. Sin embargo las noticias cotidianas de los periódicos y distintos indicadores nos señalan una brecha significativa entre estos objetivos y la realidad que se expresan -entre otros- en un capitalismo desigual y un mundo preocupante. Podríamos denominar a este escenario como «plan a» o «el plan en curso».

Un plan b podría ser el de encarar un salto evolutivo y realizar un cambio cultural significativo como el que plantea el Club de Budapest y numerosos referentes a nivel mundial. Para ello deberían reconocerse los profundos problemas y dificultades que tiene la humanidad, y realizar un diálogo sincero como se plantea al final de la Encíclica Laudato Si, del Papa Francisco o apelaciones como las realizadas por el Dalai Lama y otros referentes espirituales. Esto implicaría trascender al capitalismo, las relaciones de poder hoy vigentes y transformar la civilización, con un enfoque prospectivo adecuado. Sin duda es difícil, pero no imposible. A este escenario lo denominaremos «plan b» y más deseable que el anterior.

Entre los planes que pudiera haber, podríamos elaborar un «plan c» que consistiría -expresado en lenguaje llano- en un «sálvese quien pueda» pero planificado, ordenado y ejecutado de la mejor manera posible. Notas de periódicos como esta hace referencia a que «el 66% de los millennials estadounidenses -jóvenes entre 21 y 32- no tiene nada ahorrado para su retiro porque simplemente no cree «que el capitalismo exista para entonces.» Esta conclusión de la revista Salon surge del análisis de opiniones y testimonios ante la viralización de un informe de la CNN que reveló ese preocupante porcentaje. «Mi plan de retiro es la muerte» y tuits similares se multiplicaron en la red, fogoneados por quienes ven el 2050 como el borde de un abismo. Crisis climáticas, concentración de la riqueza y privatización de los programas de bienestar son algunos de los miedos que expresan estos jóvenes (pertenecientes a la generación más golpeada por la pobreza según una encuesta reciente), quienes se imaginan compartiendo «comunidades autosostenibles» como «su única forma de supervivencia en la vejez.»

En línea con lo que piensan -entre otros- el 66% de los millenials estadounidenses, habría que ir implementando, desde ya y a ritmo sostenido, ecovillas o eco aldeas en medios rurales actuales y a «colonizar», energía solar y eólica en las viviendas actuales, experimentación de cultivos de hidroponía en medios urbanos,  reutilización del agua, enseñanza en las instituciones educativas de aplicación de manuales de supervivencia, de convivencia y de artes y oficios básicos para mantenimiento autónomo, desarrollo y aprendizaje de impresoras 3D de fabricación de alimentos y otros elementos de la vida cotidiana, reserva de semillas (al estilo de Noruega) y liofilización de alimentos, entre otras cuestiones fundamentales. Este plan no es lo deseable, como el «b», pero es una base para la vida de generaciones futuras que sienten que es difícil cambiar este mundo y luchar contra la estupidez humana.

¿Adaptarnos, Resistir o Transformar la Civilización?

En la Parte I, Capítulo 3 («Un día en la vida de Adán y Eva») del libro de Y. N. Harari («Sapiens, De animales a dioses«, Ed. Debate, 2016, que se muestra en la imagen de la entrada) resalta las características de la vida de los recolectores y cazadores (una forma no metafórica de describir el Paraíso terrenal). En la Parte II, «La Revolución Agrícola», Capítulo 5, «El mayor fraude de la historia», destaca una de las dimensiones de salir de la vida anterior para pasar al estadio civilizatorio del Neolítico (una manera no metafórica de las implicancias de salir del Paraíso terrenal).  En la página 98 dice: «Los cazadores y recolectores pasaban el tiempo de maneras más estimulantes y variadas, y tenían menos peligro de padecer hambre y enfermedades. Ciertamente, la revolución agrícola amplió la suma total de alimento a disposición de la humanidad, pero el alimento adicional no se tradujo en una dieta mejor o en más ratos de ocio, sino en explosiones demográficas y élites consentidas. El agricultor medio trabajaba más duro que el cazador-recolector medio, y a cambio obtenía una dieta peor. La revolución agrícola fue el mayor fraude de la historia».

Hoy nos resulta difícil cuestionar el progreso material de la civilización, sin embargo han habido pensadores como Rousseau, que junto a otros intelectuales, resaltaron la imagen del «buen salvaje» y de la comunidad humana original.

Ejerciendo nuestra capacidad de discernimiento, podemos afirmar que muchos seres humanos «civilizados» -además de valorar el progreso material y el bienestar- también nos interrogamos sobre la relación con el medio ambiente del que somos parte. En este sentido podemos decir que añoramos un buen vínculo con la naturaleza y se lo ha tratado de resolver de distintas maneras: colocando plantas en viviendas urbanas, reciclando y promoviendo las economías circular, verde y azul, con parques y plazas públicas en las ciudades, con casas de fin de semana en zonas más rurales, con turismo orientado a la naturaleza, o de manera más radical y pacífica a través de vivir en ecovillas. En cambio, a lo largo de la historia, han habido grupos que han reaccionado de manera violenta contra los cambios civilizatorios como ha sido el caso de los «ludistas» (frente a la aparición del maquinismo), algunas variantes del anarquismo, grupos integristas y fundamentalistas que revalidan «lo arcaico» o algunos grupos ancestrales, entre otros.

En el último caso mencionado, se puede hacer referencia al grupo RAM (*). En una nota -donde se desarrolla sobre el mismo- se comenta que un líder de este grupo declaró en una entrevista que «su sociedad ideal es la de los grupos amazónicos que no han contactado con Occidente y viven en total primitivismo». El problema es que esta «visión de sociedad ideal» va acompañada de «una resistencia que incluye la lucha violenta» así como anhelos de grandes propiedades en el sur de Chile y Argentina (aunque, en el caso argentino, no hay ningún pedido «formal» de tierras presentado por este grupo o comunidades de este pueblo ante el INAI). Resistir una situación de manera pacífica es lícito. Utilizar la violencia no es admisible para el desarrollo que ha alcanzado la humanidad, aunque se transgreda insistentemente de distintas maneras y niveles.

En el título de esta nota indicábamos que otra opción que tenemos es adaptarnos y, podríamos agregar, convivir. Esto se puede hacer de distintas maneras. Una es la «integración sociopolítica»: en el caso argentino la propusieron y estimularon, entre otros, San Martín y Belgrano, pero -lamentablemente- no prosperó. Otra es la «integración a la sociedad capitalista»: por ejemplo el modelo norteamericano de entregarle la administración de casinos a caciques y tribus.  Así mismo se pueden mencionar otras posibilidades pueden ir por el lado de resaltar los valores de su cultura vinculados con su lengua (enseñanza bilingüe) y los elementos naturales, como el sol y el aire y transformarlos en energía (microgeneración de energía eólica -tan favorable en la Patagonia- y/o solar), valorar la tierra -que la legislación los habilita- en desarrollos vinculados a las ovejas y los guanacos, tejidos y artesanías posibles de vender por internet (como es esta experiencia en el norte argentino), construir viveros frutihortícolas, y desarrollo de permacultura articulado con la posibilidad del turismo de ecovillas. Para quienes estamos en la búsqueda de un mundo mejor, sin duda, esta es «una mejor opción».

La opción anterior va más allá de adaptarnos  y convivir, y conlleva «transformar» -siguiendo una perspectiva evolutiva– la realidad de los pueblos originarios. Sin duda esto posibilitará que habrá muchos más «mapuches pacíficos», en particular jóvenes y mujeres, que podrán compatibilizar sus ideales con el progreso material. También conlleva a una invitación a que la «civilización del hombre blanco» aprenda de esas culturas -y más en general de la diversidad cultural- respecto del valor de la armonía con la naturaleza y de un desarrollo sustentable. Richard Rudgley, en un texto de 1999 (Los pasos lejanos. Grijalbo) plantea que «la civilización empieza a aparecer cuando se establece un sistema de vida factible; es decir, una relación apropiada entre el hombre y la naturaleza, de acuerdo con las características de una región determinada».

Finalmente entre las preguntas que podemos realizarnos están:

  • ¿que sentido o significación le damos al concepto de «civilización»?; ¿es el de Margaret Mead descrito en esta nota?
  • ¿somos realmente sapiens, es decir «sabios»?
  • ¿qué tipo de animales somos: sociales, políticos, con un «alma inmortal»…?, ¿o somos «un animal sin importancia» (título del primer capítulo del libro de Harari) donde nuestra vida no tiene mayor sentido y andamos «deambulando» como podemos por el mundo?;
  • ¿somos dioses -en potencia- que nos identificamos con el Arquetipo que nos alienta -como co-creadores- con un sentido hacia «el bien y la vida»?, o ¿con lo poderoso que alienta el dominio y la venganza?, entre otras.

Las respuestas están en cada persona y cultura. Algunas nos acercarán a un mundo mejor (y ojalá las podamos consensuar democráticamente) y otras a un mundo peor.

(*) Hacia finales de noviembre de 2017 representantes de comunidades Mapuches han señalado que «no existe el grupo RAM o no lo conocen, y que es un invento de los grandes medios», mientras que para otros es un «invento de los servicios de inteligencia». Por otro lado Jones Huala dice que la RAM es una «organización de autodefensa». Una reflexión sobre esta temática vinculada al caso Maldonado y a hechos posteriores y colaterales se puede ver en esta entrevista.