El Progreso

La idea de progreso surge fundamentalmente con la modernidad, y en particular en el hemisferio occidental. Su significado conlleva la idea de mejora, muy a menudo asociada a lo material individual, y en otras oportunidades a otras dimensiones de la vida humana que tienen consecuencias positivas en el bienestar y en la felicidad de una persona o grupos de personas.

Robert Nisbet hace una interesante historia y reflexión acerca de la noción de progreso, y sus diferentes connotaciones en función de los principales pensadores que se refirieron a esta temática. Ha estado emparentada a nociones de crecimiento, desarrollo, evolución, ascenso social, progresismo (tanto liberal como de izquierda), una necesidad (según Spencer), una fe y optimismo sin límites en el progreso … También escepticismo desde finales del siglo XIX por autores como «Jacob Burckhardt y Friedrich Nietzsche, pasando por Arthur Schopenhauer, hasta llegar a Oswald Spengler, W. R. Inge y Austin Freeman en las primeras décadas del siglo XX». Esto se acentuó con las guerras (en especial primera y segunda guerra mundial), la depresión de 1929 y 1930, las hambrunas…¿este era el progreso al cual estábamos destinados?

Continuando con Nisbet «las dudas, el escepticismo y el rechazo a la idea de progreso durante el siglo XIX – provenientes de hombres como Alexis de Tocqueville, Burckhardt, Nietzsche, Schopenhauer y Max Weber- se han acentuado progresivamente en nuestro propio siglo. Él famoso ensayo de W. R. Inge, “The Idea of Progress”, de 1920; los trabajos de Henry y Brooks Adams, especialmente Law of Civilization and Decay, del segundo; La ilusión del progreso, de Georges Sorel; Social Decay and Regeneration, de Austin Freeman; La decadencia de Occidente, de Spengler; en grado considerable, Estudio de la historia, de A. J. Toynbee; Social aud Cultural Dynamics, de Pitirim Sorokin, y El malestar en la cultura, de Freud, son sólo algunas de las obras que, influidas por las dudas y el escepticismo de los pensadores del siglo XIX que he citado, confirieron a la atmósfera intelectual un tinte cada vez más sombrío». A ello se podría agregar, por ejemplo, el informe del Club de Roma sobre los «Limites del Crecimiento» o el planteo de «decrecimiento» por autores como Georgescu-Roegen y otros, frente al enfoque de crecimiento infinito o ilimitado con recursos finitos del planeta Tierra (además de los daños al medio ambiente). Esto está vinculado al consumismo, a qué priorizamos y cómo son nuestros valores (en línea a lo expresado en la frase de la entrada por Martin Luther King) así como si somos capaces de trascender el sistema actual.

Es natural que todos queramos estar mejor hoy y en el futuro (en particular quienes están más afectados por la pobreza y la desigualdad), y que canalicemos nuestra energía en esa dirección. Sin embargo no lo podemos hacer de cualquier manera (el fin del progreso no justifica la utilización de cualquier medio), debemos tener en cuenta el contexto y sus prioridades (por lo tanto valores), así como las posibilidades, límites y riesgos en general y del cambio tecnológico en particular, o priorizando el capital en cambio de las necesidades humanas o a costa del medio ambiente, entre las principales. Esto no sólo no nos lleva a un mundo mejor, sino que puede conducirnos al fracaso total como humanidad.

 

El Desapego

La imagen de la entrada remite a una frase de Bodhidharma (vigésimo octavo patriarca del budismo y el primer patriarca legendario y fundador de la forma de budismo Zen. También el Taoísmo, en el capítulo 44 del Tao Te King expresa el concepto así: «El renombre o la propia persona,

¿qué es más digno de estima?
La propia persona o las riquezas,
¿qué es más importante?
Ganar o perder,
¿qué es peor?
Una gran ambición conduce necesariamente a la ruina,
quien mucho acumula inevitablemente sufrirá grandes pérdidas.
Por eso, quien se contenta
no conoce la humillación,
quien sabe refrenarse no conoce el peligro, y puede vivir largo tiempo»

La cuestión del  “desapego” entendemos que es la correcta interpretación contemporánea que respeta la esencia del concepto de “pobreza” del cristianismo: no es el elogio a la pobreza material, dado que hay que “darle de comer al hambriento, de beber al sediento…”, practicar la justicia, poner en valor los talentos. Esto último no sólo conlleva a que nos podamos proveer el alimento por nosotros mismos sino también elegir un camino «desapegado» pero orientado a un desarrollo (*) integral de la persona y la sociedad: bien planteado por la Enciclica Populorum Progressio de Pablo VI. Todo ello en el marco de que el desapego puede tomar distintas expresiones (algunas de ellas radicales, como se lo expresa Jesús al joven rico o como lo vivió San Francisco de Asís) y que somos administradores transitorios –dada nuestra corta vida- de los bienes terrenales.

Esto va en línea con el aporte de Erich Fromm en “Tener o Ser”, donde privilegia “el ser” y diferencia “el tener existencial” (compatible con lo anterior) del “tener caracterológico” (la compulsión por acumular y consumir).  Por otra parte la cuestión del “desapego” es planteado por otras corrientes, como es el caso de las que toman distancia del consumismo (desintoxicarse del mismo).

No es fácil de vivir, pero seguramente nos puede conducir a un mundo mejor.

(*) En los últimos años se ha relativizado o puesto en cuestión la temática del desarrollo desde la perspectiva del «decrecimiento«.