El Rol de la Cultura

El concepto «cultura» tiene muy diversos significados. Según la Wikipedia la palabra proviene del «latín cultūra y es un término que tiene muchos significados interrelacionados. Por ejemplo, en 1952, Alfred Kroeber y Clyde Kluckhohn compilaron una lista de 164 definiciones de «cultura» en Cultura: Una reseña crítica de conceptos y definiciones; y han clasificado más de 250 distintas. En el uso cotidiano, la palabra «cultura» se emplea para dos conceptos diferentes:

  • Excelencia en el gusto por las bellas artes y las humanidades, también conocida como alta cultura.
  • Los conjuntos de saberes, creencias y pautas de conducta de un grupo social, incluyendo los medios materiales que usan sus miembros para comunicarse entre sí y resolver necesidades de todo tipo».

Para Julio Cortazar «la cultura es el ejercicio profundo de la identidad». Podríamos agregar: personal, familiar, grupal, étnica, popular, nacional y aquella que se va conformando a nivel global.

En una nota del diario El País la directora de la Fundación Europea de la Cultura, Katherine Watson, considera que las ideas innovadoras de la sociedad civil pueden mostrar a los políticos soluciones inclusivas para ciertos problemas. Al respecto, en una parte del reportaje, se da este diálogo:

«P. ¿Este concepto de cultura puede ser una herramienta para luchar contra la pobreza o la desigualdad?

R. Creo que somos muchos los que vemos en la cultura una fuerza de cambio del mundo, para lograr sociedades más igualitarias y justas. Y eso puede ser a través de proyectos en el terreno económico, político, social, educativo… Pero con la intención compartida de que la sociedad sea más inclusiva y democrática en Europa.

P. Pero, ¿cómo?

La democracia no es solo votar. La democracia de cada día que tiene que ver con la participación en tu comunidad, incluso si no eres un ciudadano oficial

R. La democracia no es solo votar. La democracia de cada día que tiene que ver con la participación en tu comunidad, incluso si no eres un ciudadano oficial. Tenemos la idea de que la cultura es arte y literatura. Pero tenemos el ejemplo de la chica egipcia que trabaja con mujeres con Down que quiere abrir una cafetería y vender galletas. Eso es un espacio cultural también, como lo puede ser un teatro o una biblioteca. Hablamos de lugares compartidos en los que la gente pueda aprender a vivir conjuntamente. Pongo un ejemplo. Entre todos nuestros programas, desde hace una década entregamos anualmente el premio Princess Margriet, que es un galardón de cultura para el cambio. Uno de los ganadores de 2017, Luc Mishalle, es músico y de bastante éxito, por cierto. Él trabaja en Molenbeek, en Bruselas, un barrio conocido en los medios de comunicación porque allí residían los terroristas que atentaron en el aeropuerto de la ciudad. Esto ha provocado que sus vecinos estén divididos, muchos sienten que ese barrio ya no es el suyo. Por eso Mishalle lleva años trabajando con niños y personas mayores de diferentes culturas en la creación artística para la comunidad y tocan en las plazas públicas, lo que tiene poco que ver con su trabajo en los grandes escenarios. Así que él es un artista, pero también es un trabajador social. Y eso es lo que queremos destacar y celebrar.

Otro ejemplo lo encontramos en una de las ideas que tenemos en esta edición del IdeaCamp. Se trata de la creación de una plataforma online en la que personas que quizá todavía no tienen sus papeles en regla, puedan conectar sus capacidades con las necesidades en la comunidad. Un lugar para compartir habilidades».

Se considera que este enfoque de la cultura, relacionándolo con «lo mejor» de la identidad (en el concepto de Cortazar) en sus diferentes expresiones, así como otros planteados, por ejemplo, por el Papa Franciscolíderes sapienciales, nos pueden ayudar a converger hacia un mundo mejor.

 

Plan A, Plan B… para un mundo mejor

Una lectura institucional sobre los Objetivos de Desarrollo Sostenible a alcanzar por la humanidad a través de la Organización de las Naciones Unidas, nos plantea una mirada esperanzadora para un mundo mejor. Sin embargo las noticias cotidianas de los periódicos y distintos indicadores nos señalan una brecha significativa entre estos objetivos y la realidad que se expresan -entre otros- en un capitalismo desigual y un mundo preocupante. Podríamos denominar a este escenario como «plan a» o «el plan en curso».

Un plan b podría ser el de encarar un salto evolutivo y realizar un cambio cultural significativo como el que plantea el Club de Budapest y numerosos referentes a nivel mundial. Para ello deberían reconocerse los profundos problemas y dificultades que tiene la humanidad, y realizar un diálogo sincero como se plantea al final de la Encíclica Laudato Si, del Papa Francisco o apelaciones como las realizadas por el Dalai Lama y otros referentes espirituales. Esto implicaría trascender al capitalismo, las relaciones de poder hoy vigentes y transformar la civilización, con un enfoque prospectivo adecuado. Sin duda es difícil, pero no imposible. A este escenario lo denominaremos «plan b» y más deseable que el anterior.

Entre los planes que pudiera haber, podríamos elaborar un «plan c» que consistiría -expresado en lenguaje llano- en un «sálvese quien pueda» pero planificado, ordenado y ejecutado de la mejor manera posible. Notas de periódicos como esta hace referencia a que «el 66% de los millennials estadounidenses -jóvenes entre 21 y 32- no tiene nada ahorrado para su retiro porque simplemente no cree «que el capitalismo exista para entonces.» Esta conclusión de la revista Salon surge del análisis de opiniones y testimonios ante la viralización de un informe de la CNN que reveló ese preocupante porcentaje. «Mi plan de retiro es la muerte» y tuits similares se multiplicaron en la red, fogoneados por quienes ven el 2050 como el borde de un abismo. Crisis climáticas, concentración de la riqueza y privatización de los programas de bienestar son algunos de los miedos que expresan estos jóvenes (pertenecientes a la generación más golpeada por la pobreza según una encuesta reciente), quienes se imaginan compartiendo «comunidades autosostenibles» como «su única forma de supervivencia en la vejez.»

En línea con lo que piensan -entre otros- el 66% de los millenials estadounidenses, habría que ir implementando, desde ya y a ritmo sostenido, ecovillas o eco aldeas en medios rurales actuales y a «colonizar», energía solar y eólica en las viviendas actuales, experimentación de cultivos de hidroponía en medios urbanos,  reutilización del agua, enseñanza en las instituciones educativas de aplicación de manuales de supervivencia, de convivencia y de artes y oficios básicos para mantenimiento autónomo, desarrollo y aprendizaje de impresoras 3D de fabricación de alimentos y otros elementos de la vida cotidiana, reserva de semillas (al estilo de Noruega) y liofilización de alimentos, entre otras cuestiones fundamentales. Este plan no es lo deseable, como el «b», pero es una base para la vida de generaciones futuras que sienten que es difícil cambiar este mundo y luchar contra la estupidez humana.

El Club de Budapest

El Club de Budapest es una asociación informal internacional de personas creativas en diferentes campos del arte, la literatura y la espiritualidad que promueven un cambio en nosotros mismos, si queremos cambiar el mundo. Su fundador es Ervin Laszlo, quien plantea la importancia de estos campos en la evolución de los valores humanos en dirección hacia un humanismo, la ética y una sostenibilidad integral del mundo en el que vivimos.

Lo anterior nos puede alejar de la degradación, la polarización y el desastre, si desarrollamos una consciencia cultural global.

Sin duda pensadores como Lazslo (imagen de la entrada), y quienes lo acompañan en el Club de Budapest, tienen una visión holística, plantean nuevos paradigmas de la ciencia y la consciencia, y la importancia de construir comunidad. Son una parte muy significativa de quienes aportan su testimonio, conocimientos e ideas para converger a un mundo mejor.