Cambiar el mundo ¿es ilusorio?

Sabemos que el mundo, en tanto universo conocido, viene cambiando o evolucionando desde hace aproximadamente 13.700 millones de años, con sus galaxias, estrellas y planetas, entre los que se encuentra el nuestro. La especie humana también, donde se vienen haciendo descubrimientos de orígenes de millones de años, siendo la más evolucionada desde hace miles de años.

Los genes han seguido evolucionado (así como en la actualidad la biotecnología ya los puede editar y modificar, tomando «el control en sus manos») y la cultura ha tenido un rol protagónico. Sobre la misma sabemos que pasamos de ser recolectores y cazadores nómades, a sedentarios domesticadores de animales y plantas, donde se fue dando un proceso de distribución del trabajo, aparición del excedente, la propiedad, el estado, la familia así como una creciente individuación que se fue modificando (cambios tecnológicos y de relaciones sociales) y sofisticando hasta nuestros días. Por lo tanto el mundo viene cambiando y seguirá cambiando. Hay algunos aspectos que están fuera de nuestro alcance y otros –como los que venimos de mencionar– que dependen de nosotros.

Respecto de estos últimos, lo que queremos con esta nota es preguntarnos si los humanos podemos darle alguna direccionalidad a este cambio, o no. Aquí hay distintos enfoques, entre los que encontramos los siguientes:

  • no podemos darle ninguna direccionalidad: sólo adaptarnos. Sería tomar una parte del enfoque darwinista, y como metáfora una imagen de un animal: el arquetipo sería el camaleón,
  • los seres humanos somos naturalmente malos (Hobbes, Maquiavelo…) y a lo único que podemos aspirar es, a través de la ley y el Estado, a convivir sin matarnos y de la mejor manera posible. Una versión más tenue sería que lo que predomina en nuestros vínculos son los intereses de cada uno y el mercado sería el mejor mecanismo para armonizarlos (aquí también hay variaciones respecto del rol del Estado: desde un encuadre general hasta distintas formas de intervención). La política sería la mejor manera de cambiar (1), y la violencia (al interior de los países o entre países) (2) la peor,
  • los seres humanos somos naturalmente buenos (Rousseau) pero el proceso de división del trabajo, aparición del excedente y la lucha por su apropiación (la cuestión de las relaciones de poder) van a dar origen a la desigualdad. La economía clásica va a entender que la complementariedad de la división del trabajo a través de la economía de mercado y la competencia va a conducir al progreso y a la riqueza de las naciones. Por su parte la economía marxista planteará que esta es una modalidad de  producción de explotación del hombre por el hombre y qué solo se puede resolver por la socialización de los medios de producción, en general a través de un proceso autocrático. Las alternativas socialdemócratas buscarán acotar la desigualdad generando un piso de bienestar y un techo para la concentración del ingreso por vías democráticas,

entre otras. Los últimos dos enfoques plantean la posibilidad de darle un sentido al cambio y a la evolución que depende de nosotros. En algunos casos predominará la articulación entre sabiduría y practicidad (como metáfora se puede plantear la imagen de el erizo y el zorro) y en otros casos la tentación de «ir por todo», con la consiguiente violencia (la aplicación del camastro de Procusto) e inviabilidad a mediano y largo plazo. También estarán los que pueden caer en «un optimismo bobo» (o en meras expresiones de deseo), y por otro lado los escépticos. Estos podrán oscilar entre dudar de todo y no hacer nada, o aquellos que su escepticismo les dará un espíritu crítico para discernir lo que es posible de lo que no lo es (en particular a corto plazo).

Sin duda el cambio personal y cultural será fundamental para expresarlo en las dimensiones macro (políticas, económicas, tecnológicas y sociales). En la imagen de la entrada se muestra a Jane Goodall y su frase acerca de la importancia de la escala de las decisiones éticas para cambiar el mundo. Esto es coincidente con una cultura del compartir y enfoques sapienciales que valoran lo trascendente y el cambio hacia un mundo en paz (3). Ojalá que las distintas corrientes que quieren cambiar el mundo, con humildad y realismo, en un sentido de mejora continua puedan vencer al egoísmo, el individualismo, el pesimismo y la pasividad, y converger en sus prácticas hacia un sentido profundo del mismo.

(1) aquí entrarían todas las formas no violentas de buscar resolver los conflictos, promover y ampliar derechos ciudadanos y vinculados con el medio ambiente, las personas con un enfoque realista, o aquellas que combinan escepticismo con ciertas cuotas de esperanza de poder contribuir en algo a un mundo mejor. También aquí están las principales modalidades de abordaje frente a un capitalismo desigual.

(2) pensadores como Malthus le agregarán a las guerras, la pobreza y el hambre, las enfermedades y las pestes, así como las catástrofes naturales, como modalidades de cambio.

(3) es el caso de San Francisco de Asis con su «oración de la serenidad» donde invoca y ora a «Dios mío, concédeme la serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar; el valor para cambiar las cosas que puedo cambiar, y la sabiduría para conocer la diferencia. Viviendo un día a la vez, disfrutando un momento a la vez; aceptando las adversidades como un camino hacia la paz…»

La Corrupción

La etimología del término corrupción viene del latín corruptĭo, corruptiōnis, a su vez del prefijo de intensidad con- y rumpere ‘romper, hacer pedazos’. De acuerdo al diccionario de la Real Academia Española se utiliza para nombrar al vicio o abuso en un escrito o en las cosas no materiales. Podemos decir que está también relacionada a la cuestión del poder entendido como «impunidad» (expresión de un empresario argentino), a la codicia y que se ha presentado -bajo diferentes modalidades- en distintos sistemas económicos (por ejemplo en variedades de capitalismo y de socialismo).

En la versión francesa de la Wikipedia expresa que la corrupción es la perversión o la malversación de un proceso o de una interacción entre una o más personas, donde hay un diseño (y podríamos agregar «una intencionalidad») del corruptor de obtener ventajas o prerrogativas particulares, y por parte del corrompido de obtener una retribución como contraprestación por su acuerdo o complacencia. Distingue entre corrupción «activa» (por ejemplo proponer dinero para algo que está fuera de la ley) y la corrupción «pasiva» (que consiste en aceptarlo). Esta noción está relacionada con «la frontera del derecho y la moral» que una sociedad, cultura o personas tienen.

Una reciente encuesta de opinión de la sociedad argentina en la región metropolitana de Buenos Aires sobre la corrupción en la Argentina indica que hay un 48% que la considera «inevitable», tal vez por lo que se expresa al final del primer párrafo de esta nota. También se han escrito libros como el de Carlos NinoUn país al margen de la ley«), han habido conferencias como las dadas por José «Pepe» Mujica en el Parlatino (ver desde 1 h, 55 min en adelante de este video), y en Argentina se lo ha vinculado a cuestiones de idiosincracia cultural, se lo ha abordado en el Programa Justicia 2020 y en mesas redondas que han profundizado en las características y detalles de este fenómeno.

Como reflexión de esta nota respecto de las distintas posibles causas e implicancias de la corrupción, aquí van algunas hipótesis:

  • «el fin justifica los medios» para acceder y mantenerse el poder (no sólo en lo político, sino en cualquier organización). Este enfoque se constituye en una «moral paralela»que «habilita a la corrupción». Un caso histórico (mencionado por Nicolas Shumway) se dio con el comercio ilegal en el Virreinato del Rio de la Plata que perjudicaba a Lima y a la Corona. Hernando Hernandarias (“beneméritos” miembros de la sociedad cuasifeudal) logra que en octubre de 1602, el Rey de España dicte una cédula expulsando a los portugueses (“confederados” contrabandistas y funcionarios corruptos de la corona) del Río de la Plata ante el aumento del tráfico de esclavos. Las razones de la expulsión fue “estar esa gobernación llena de gente de esa nación, sospechosos de asunto de fe”. La cédula afectaba la economía del Río de la Plata basada en el comercio ilegal. Estos logran que el obispo de Asunción dictamine que la cédula real fuese “reverenciada pero no cumplida”. En la actualidad esto está más relacionado con el financiamiento de la política (a veces financiada por mafias, narcotráfico o dinero «negro»), el enriquecimiento personal o de un grupo o aparato de poder, si la ley es adecuada, si se cumple o no con ella, y si quienes actúan en política tienen «principios o normas internas» (ética, moral) que siguen o no,
  • «no tengo nada en común con los demás» o «sólo cuento yo y mis intereses»: está vinculado al individualismo extremo, donde «en la práctica» no hay sociedad, nación, ni Estado. Se puede dar como un ejemplo histórico a la observación que hizo Darwin a su visita al Rio de la Plata (*): «…La policía y la justicia son completamente ineficientes. Si un hombre comete un asesinato y debe ser aprehendido, quizá pueda ser encarcelado o incluso fusilado; pero si es rico y tiene amigos en los cuales confiar, nada pasará. Es curioso constatar que las personas más respetables invariablemente ayudan a escapar a un asesino. Parecen creer que el individuo cometió un delito que afecta al gobierno y no a la sociedad. (Un viajero no tiene otra protección que sus armas, y es el hábito constante de llevarlas lo que principalmente impide que haya más robos). Las clases más altas y educadas que viven en las ciudades cometen muchos otros crímenes, pero carecen de las virtudes del carácter del gaucho. Se trata de personas sensuales y disolutas que se mofan de toda religión y practican las corrupciones más groseras; su falta de principios es completa.. En la Sala de Buenos Aires no creo que haya seis hombres cuya honestidad y principios pudiesen ser de confiar. Todo funcionario público es sobornable. El jefe de Correos vende moneda falsificada. El gobernador y el primer ministro saquean abiertamente las arcas públicas. No se puede esperar justicia si hay oro de por medio. Conozco un hombre (tenía buenas razones para hacerlo) que se presentó al juez y dijo: ‘Le doy doscientos pesos si arresta a tal persona ilegalmente; mi abogado me aconsejó dar este paso’. El juez sonrió en asentimiento y agradeció; antes de la noche, el hombre estaba preso. Con esta extrema carencia de principios entre los dirigentes, y con el país plagado de funcionarios violentos y mal pagos, tienen, sin embargo, la esperanza de que el gobierno democrático perdure. En mi opinión, antes de muchos años temblarán bajo la mano férrea de algún dictador.” En esta línea tal vez tenga relación «el cómo» se conformó nuestra nación (ver este diálogo).
  • derivado de lo anterior, la corrupción se da porque «no hay ley» o no se la reconoce tanto en lo «externo» al sujeto ni en «lo interno» como la moral.
  • otra posibilidad es que la ley existe, pero la transgredo porque «va contra mis intereses». Entre los ejemplos está el que se mencionó más arriba referido a los intereses vinculados al contrabando en el Virreinato del Rio de la Plata hasta -en la actualidad- en funcionarios donde hay colisión de intereses (o están de «los dos lados del mostrador»), de los deportistas y artistas famosos en países de Europa que cambian su ciudadanía y/o colocan sus excedentes en paraísos fiscales por considerar un exceso de presión fiscal sobre sus ingresos. En este último caso no se puede aceptar un límite a su ascenso social ni se entiende que la progresividad tributaria busque reducir la desigualdad, Otro enfoque, que no hay que desdeñar, es que se presenta un exceso de normatividad lo que fomenta su no cumplimiento (que es una forma de corrupción).
  • según opiniones, como la de Luis Alberto Romero (en el minuto 38 de este video), está asociada a la existencia del Estado (hace referencia desde el medioevo), y en el caso de Argentina hay periodos donde ha sido sistémica y la palabra corrupción no sirve como explicación sino que hay que utilizar el término cleptocracia,
  • vinculado con lo «sistémico» hay enfoques que lo vinculan al predominio de la codicia y hay autores como Proudhon que lo relacionan con un enfoque moral (muy criticado por Marx que buscaba hacer ciencia) derivado de la existencia de la propiedad (en especial privada). Este último enfoque ha dado pie a algunos sectores de izquierda a considerar que si todo propietario (en particular empresarios) son ladrones, también la política -para combatirlos- puede hacer uso de la corrupción.
  • Lo anterior termina ensuciando la política, así como permeando más en la sociedad y en la economía: los sobrecostos y desviaciones de fondos que no van donde se necesita para el bien común, así como en su salida la importancia de cuidar a las empresas (diferenciando comportamientos corruptos de empresarios, de lo que son las organizaciones que crean valor agregado genuino, y por lo tanto empleo). Este proceso es difícil en lo económico (como lo ha demostrado la caída del producto en Brasil con el «lava jato») y también en lo político (ejemplo de Brasil hasta el momento, y del «mani pulite» en Italia donde luego emergió Berlusconi). Sin embargo -a pesar de sus grandes costos, traspiés y dificultades- es fundamental transitarlo si se quiere ir hacia un cambio profundo.

La lucha contra la corrupción debe darse en diferentes frentes, comenzando por tomar conciencia de sus implicancias en la vida concreta de su ejercicio. Entre ellos hay que incluir también la importancia de construir socialmente y democráticamente consensos mayoritarios que se transformen en leyes de modo de facilitar su posterior cumplimiento y sanción efectiva y rápida, por parte de una justicia honesta, a quienes transgredan las normas. En esta construcción debe trabajarse culturalmente la importancia que tiene una efectiva y real asignación equitativa, eficiente (mínimo costo) y eficaz (cobertura de objetivos y metas) de los recursos en los emprendimientos y en las políticas públicas, así como los mecanismos que faciliten la transparencia, la simplificación aplicativa y el control público y ciudadano. Ello conlleva -como se ha expresado más arriba- en ser conscientes de la relación inversa que existe entre corrupción y pobreza, dado que con los recursos «robados» o desviados se podrían haber construido escuelas, pagado mejores salarios a los docentes, haber hecho más obras de infraestructura, etc. O la relación inversa con el cuidado de las personas evitado accidentes por no contar con los recursos que permitan mantener adecuadamente los bienes o servicios o contar con un adecuado equipamiento de los mismos. Por lo tanto ser conscientes de que la corrupción nos conduce -al conjunto en el que cada uno/a está inserto- a un mundo peor.

PD: Este texto fue escrito en noviembre de 2017 y se lo ha actualizado a septiembre de 2018. Sobre el tema de la relación entre política, dinero y corrupción es interesante este video de José «Pepe» Mujica. Un libro imprescindible sobre esta temática en Argentina es «La raíz (de todos los males) de Hugo Alconada Mon que sintetiza aquí Jorge Fernandez Diaz. También este tema se relaciona con el no pago de impuestos que sirven para financiar bienes y servicios públicos. Es de larga data y aparece -por ejemplo- en la película argentina «Mercado de Abasto«, filmada en 1954 y estrenada en febrero de 1955, donde el personaje «Lorenzo» evade el pago de impuestos, y al tener un infarto tiene que ser atendido en un hospital público.

(*) Extracto de una nota publicada en Ciencia Hoy, Volumen 6, Nº 31. Revista de Divulgación Científica y Tecnológica de la Asociación Ciencia Hoy . Los textos son de ·Charles Darwin‘s Diary of the Voyage of ‘H.M.S. Beagle’. Edited from the MS by Nora Barlow, 1933, Cambridge University Press, pp. 197-200″

 

Y el contexto histórico

El contexto internacional y nacional para formular y aplicar políticas públicas es muy diverso y cambiante. En esta breve nota, sólo pretendemos hacer un modesto apunte sobre algunas cuestiones a tener en cuenta en los principales rasgos histórico-económicos de la Argentina. Hay muy buenos textos de historia argentina, pero sólo haremos mención a uno reciente de la política económica: el libro que aparece en la imagen de la entrada, de Pablo Gerchunoff y Lucas Llach (El ciclo de la ilusión al desencanto) que plantea explicaciones e hipótesis de por qué fue como fue lo que se hizo.

El libro mencionado hace detalladas referencias a actores, situaciones, intereses e ideologías que jugaron a lo largo de la historia argentina. Es imposible sintetizar aquí todo lo allí desarrollado, pero sí podemos mencionar que hay dos ejes como el conflicto federal (Nación-Provincias) y un conflicto social (todas las aspiraciones sociales no pueden ser satisfechas por la estructura productiva actual). Solo glosaremos temas abordados en la Introducción donde se preguntan si «¿hay, detrás de estos ciclos de ilusión y desencanto, un hilo conductor de la historia económica argentina? ¿lo hay al menos -por tomar el período más inestable- en las últimas cuatro o cinco décadas?». Al respecto expresan que «en tiempos de la Primera Globalización, la Argentina caminaba en pelotón no muy detrás de las principales economías emergentes de aquella época (las Australias, las Canadás, las Nuevas Zelandas) que a su vez acompañaban a las naciones líderes (Inglaterra, Estados Unidos, Francia, Alemania). Pero el país en un determinado momento perdió el camino, en medio de esa tormenta que fue la Gran Depresión. No fue la única economía en perderlo, pero si la única que no logró volver a alcanzar el pelotón, al que de a poco se sumaban nuevos integrantes (las Españas, los Japones y las Coreas del Sur). Retrasada y confundida en aquella bifurcación, la Argentina oye el murmullo, cada vez más lejano de los otros caminantes. Intenta atajos desesperados por acercarse. Busca volver a vivir como rica antes de dejar a ser pobre: busca democratizar la properidad antes de retenerla».

Luego sigue diciendo «estos atajos fueron en distintos momentos de la historia argentina el proteccionismo y el endeudamiento. La economía cerrada, entre la posguerra y el comienzo de la dictadura de 1976, fue en parte un intento de emulación de las «naciones industrializadas» vía el proteccionismo manufacturero y en parte a una respuesta a condiciones internacionales desfavorables a los productos argentinos, pero tuvo también una motivación democratizada de la prosperidad: en un país que exportaba alimentos, volcarlos hacia adentro; en un país que importaba manufacturas, dejar de importarlas para que su producción local generara empleo y salarios altos. En el corto plazo podía funcionar, y esa bonanza equitativamente distribuida fue el primer peronismo, con sus enormes consecuencias en la historia política; pero a la larga, esa economía que pretendía producir casi todo y exportar casi nada terminaba atrapada en su incapacidad para importar la maquinaria y los insumos que eran un requisito para el crecimiento. Difundir rápidamente la prosperidad terminaba complicando la capacidad para generarla. El empuje del Estado para forzar una mecánica a la que le faltaban piezas no impidió que la Argentina perdiera terreno frente al pelotón de líderes e incluso frente al entonces pujante Brasil, y contribuyó a desencadenar el sesgo inflacionario que la Argentina padeció en casi todas las décadas desde los años 40. La conciencia de que en todo ello había una dificultad profunda apareció en los años 60, cuando gobiernos de distintas raigambres políticas -pero nunca en democracia plena- confluyeron, con un éxito perceptible pero modesto, en un esfuerzo por recuperar las exportaciones tradicionales y por extender una partida de nacimiento a las exportaciones industriales.

La apertura zigzagueante desde mediados de los 70 también mezcló una convicción de que se requería un modelo diferente para volver a crecer, y circunstancias internacionales ahora favorables a la globalización, con la pulsión por repartir la cosecha no bien realizada la siembra. Sobre todo en los 70 y en los 90, el atajo que transitó el país y que prometía compatibilizar la reestructuración económica con una prosperidad alcanzada en plazos cortos fue el endeudamiento externo con apreciación cambiaria. Lo que los salarios reales podían perder con la gradual declinación de aquella industria de posguerra intensiva en mano de obra era compensado con los altos salarios en dólares que el endeudamiento habilitaba. El atajo conducía no ya al estancamiento minado, como lo atestiguaban las explosiones macroeconómicas de los años 80 y de los tempranos 2000″.

Más adelante plantea que «el kirchnerismo también fue una nostalgia, al mismo tiempo más humilde y más anacrónica: no se trataba de volver a un pasado remoto y distorsionado de la «Argentina con sueños de potencia» anterior a la Depresión, sino a uno menos lejano y más concreto: el de esa Argentina de posguerra que, mal que bien, tenía pleno empleo, salarios comparativamente altos y una distribución del ingreso más equitativa como nunca antes y que nunca después. Por un momento pareció un intento ajustado a los tiempos: manteniendo la conexión comercial con el resto del mundo y aprovechando una mejora en los precios externos de la Argentina, la novedad heredada de un tipo de cambio real alto proveía la competitividad para una recuperación industrial y contribuía a un mercado de trabajo cada vez más peronista. Se trataba de otro típico Olimpo, con rasgos económicos y sociales distintos al primero. Pero a ese peronismo de economía abierta al final le llegó la hora de enfrentar su oximoron. Cuando los salarios en moneda internacional empezaron a sobrepasar los niveles compatibles con la productividad argentina, se volvió en dosis parejas a las anestesias de una mayor protección comercial, una apreciación cambiaria real (ahora no financiada tanto con deuda como con reservas energéticas, ganaderas y monetarias) y el empuje auxiliar del gasto público. Lo que por un momento se vislumbraba como un camino había sido en realidad un nuevo atajo». El libro llega hasta el 2015 y no analiza el nuevo contexto nacional (gobierno de Cambiemos) ni tampoco el internacional con los movimientos de reversión de la globalización (en especial con Trump) y de uniones de países (como el caso del Brexit y los movimientos soberanistas en Europa), además de otras cuestiones preocupantes.

La lectura completa del libro de Gerchunoff y Llach es muy recomendable para tener en cuenta la importancia de los contextos en la implementación de políticas públicas, en este caso en el campo económico. Un resumen interesante de este libro y este enfoque se puede ver en la entrevista que le hace Laura Di Marco en el programa «La trama del poder» en el minuto 31 en adelante de este video. En la entrevista avanza con la  propuesta de un «Tratado de Paz» entre nosotros y plantea un camino gradual de «modernización inclusiva a través de un «pagaré» para quienes participan en la empresa (la propiedad del capital más difundida y la participación en las ganancias por parte de los trabajadores (va en línea con esta nota del blog). Del mismo modo plantea la importancia de generar una coalición sociopolítica exportadora para que la Argentina sea viable a mediano y largo plazo.

Hacer un análisis serio y desapasionado del contexto actual, sus tendencias y perspectivas será fundamental para que las políticas que se implementen en la actualidad y en un futuro puedan ser exitosas. Desde este humilde blog seguiremos tratando de acercar opiniones y aportes (como esta nota) y todo lo que nos pueda conducir a un cambio profundo y a un mundo mejor.

PD: En línea con lo expuesto es relevante este video con motivo del premio que le dieron a Pablo Gerchunoff en el Senado de Argentina.

 

¿Impotentes, Escépticos o Constructores Esperanzados?

En una nota del diario La Vanguardia, Zygmunt Bauman, entre otras cuestiones expresa: «hoy hay una enorme cantidad de gente que quiere el cambio, que tiene ideas de cómo hacer el mundo mejor no sólo para ellos sino también para los demás, más hospitalario. Pero en la sociedad contemporánea, en la que somos más libres que nunca antes, a la vez somos también más impotentes que en ningún otro momento de la historia. Todos sentimos la desagradable experiencia de ser incapaces de cambiar nada. Somos un conjunto de individuos con buenas intenciones, pero que entre sus intenciones y diseños y la realidad hay mucha distancia. Todos sufrimos ahora más que en cualquier otro momento la falta absoluta de agentes, de instituciones colectivas capaces de actuar efectivamente”.

A pesar de la frase de este pensador, su historia personal ha sido de un cambio «para mejor«. También hay cuestiones a nivel macro o mundial que han sido para mejor, como la disminución de la pobreza y la ampliación de derechos. Sin duda todo ello coexiste con un mundo preocupante, con el incremento de la desigualdad y los riesgos derivados de una carrera armamentista y un acelerado cambio tecnológico y climático.

Sin embargo, el mayor riesgo para un cambio profundo es que las personas que operamos como agentes no actuemos con la sabiduría como la que señala Lao Tse en la imagen de la entrada (o de las distintas religiones y corrientes sapienciales), y no seamos lo suficientemente hábiles para trasladarlo a «instituciones colectivas capaces de actuar efectivamente».

Hay motivos para ser escépticos, y que la amenaza y el miedo como forma de convivencia predomine y nos lleve a un final apocalíptico, dado que no direccionamos nuestra energía para el mutuo cuidado y del medio ambiente, sino como dominio de unos sobre los otros. Está en cada uno decidir si el escepticismo se transformará en cinismo y parálisis, o si persistirá la búsqueda (con aciertos y errores) de una construcción esperanzada de un mundo mejor en nuestros vínculos más cercanos así como en la cultura, la economía, la sociedad y la política.

 

La Agenda de los Marginados

Quien está en el margen de la vida social, lo está por distintas razones: donde ha nacido y fue criado, su posibilidad o no al acceso de bienes y servicios básicos como la alimentación, la educación, la salud, la vivienda, el trabajo… etc. Por lo tanto influyen cuestiones micro y cuestiones macro o sistémicas.

¿Cual es el grado de visualización de estas situaciones, de sus causas y consecuencias (no sólo para esas personas sino también para el resto de la sociedad), así como son las posibilidades de remediación, desde lo paliativo hasta lo curativo más integral? Las respuestas son muy diversas y entre ellas podemos mencionar:

  • a veces el marginado está en una situación tal (como es el caso de los leprosos de Calcuta) que muchas veces ni siquiera tiene fuerzas para pedir,
  • como es una realidad traumática muchos «no queremos ver» o angustiarnos, por individualismo, por falta de sensibilidad, porque no sabemos cómo actuar…
  • otras veces personas sensibles, o por sus creencias religiosas, su ideología humanista, política u otro tipo de cosmovisión, buscan concientizar sobre estas situaciones y proponen distintos cursos de acción: desde los más inmediatos y urgentes hasta los que conllevan la construcción de otra sociedad o sistema socioeconómico. Esto último, en oportunidades, queda solo en el plano de lo utópico y otras veces se encuentran iniciativas y caminos para su cambio,

entre otras.

En el caso de países como Argentina, distintos movimientos sociales han podido pasar de la protesta a una agenda de propuestas, y al primero de junio de 2018 se presentan cinco proyectos de ley al Congreso. El primero de ellos es el que declara la «Emergencia Alimentaria», que dispone un relevamiento nacional para detectar a niños, niñas y adolescentes con malnutrición o en riesgo de estarlo, y el refuerzo de las partidas presupuestarias para programas alimentarios. Los otros se vinculan a la urbanización de barrios humildes y la suspensión de desalojos, una ley de Agricultura Familiar, una ley de Emergencia en Adicciones, y un proyecto para que el 25% de la obra pública sea realizada por cooperativistas. Esto se realizará en el marco de una Marcha Federal donde, además, habrán otras consignas.

Sin duda estas iniciativas requieren -además de su debate y consenso- de que se reasignen recursos y/o que otros sectores sociales que no están en esta situación hagan un esfuerzo mayor en lo impositivo y en su involucramiento social para que puedan ser viables. Una de las características del mundo de hoy, es la existencia de un capitalismo desigual donde no faltan recursos sino que hay codicia, despilfarros, mala asignación y crecientes asimetrías de poder entre personas, grupos sociales y naciones generando graves injusticias. Ejemplos de estas últimas son los millones de pobres que hay en los distintos países del mundo, las hambrunas que se producen en la región del Sahel en Africa, o los países que sufren guerras y catástrofes climáticas y humanitarias. Parte de esa población busca emigrar, por ejemplo a Europa o a centros urbanos prósperos, generando solidaridad e inclusión pero mayormente rechazo, conflictividad social y xenofobia cuando adquiere grandes dimensiones.

Si recursos no faltan: ¿en este siglo XXI podremos actuar con sensibilidad y sabiduría para reasignarlos con inteligencia? ¿puede ser que asignemos enormes recursos a la defensa, a la guerra, a viajar al espacio exterior… pero no hayamos resuelto el problema de la pobreza? De la respuesta de este tipo de interrogantes depende de que vayamos hacia un mundo mejor o no.

 

Miedo, Péndulo y Volatilidad

El miedo es parte de nuestra frágil y débil naturaleza humana, y -a veces, lamentablemente- es lo que predomina. Lo ideal sería afrontarlo, como dice Nelson Mandela en la imagen de la entrada.

La expresión del miedo en la economía tiene múltiples facetas. Una es la que menciona Michael Porter, en su rombo o diamante, explicando las distintas fuerzas o elementos que juegan en la competitividad donde se expresan las distintas amenazasla rivalidad de las empresas (podríamos extenderlo a las personas, otras organizaciones y naciones). Es un «motor» o elemento que hace que tengamos miedo «del otro» porque nos pueda dejar fuera del mercado, o de nuestro lugar, y por lo tanto diseñemos e implementemos estrategias y acciones para defendernos y contraatacar (en precios, calidad, y -a veces- utilizando medios no lícitos o la violencia). Lo ideal es que seamos competentes y no competitivos, pero la lucha por la supervivencia -y no los ideales o valores- es lo que -lamentablemente- muchas veces predomina como instinto o pulsión primaria hasta esta etapa de la evolución humana. Otra de las facetas del miedo es si nuestra memoria registra crisis recurrentes en la economía, y ello provoca inmediatamente buscar refugios (como el dólar o sacar el dinero del país). Será un reflejo que predominará para protegernos de una eventual crisis futura. Un caso emblemático es el de la economía argentina, en particular desde mediados del siglo pasado hasta la actualidad. A continuación nos plantearemos algunas hipótesis y preguntas sobre esta economía.

Entre las principales preguntas está: ¿cuales son las causales que provocan las crisis? Podríamos responder que son diversas, y entre ellas:

  • el modo de inserción de la economía argentina en la economía mundial: como proveedores de materias primas (derivadas de las llamadas «ventajas competitivas») ya sea con Inglaterra en el siglo XIX y hasta comienzos del siglo XX, y más recientemente hacia China, India y otros países. Si estos países entran en crisis (internamente o por una crisis internacional), cambian sus parámetros de calidad (por ejemplo no aceptaran cultivos en los que se usen determinados agroquímicos como el glifosato) o resuelven la dependencia de materias primas, la economía argentina entrará en crisis. Si no desarrollamos suficientemente las denominadas ventajas competitivas (vinculadas al conocimiento), la complementariedad con economías de la región y si los costos de producción (donde está el nivel de la carga tributaria en la cadena de valor, la tasa de ganancia y el  salario real en dólares, la logística e infraestructura, el costo del financiamiento, el nivel del tipo de cambio…) son muy superiores a países similares con industria (Brasil, Méjico, etc. y no digamos sudeste asiático). no podremos generar empleo con valor agregado manufacturero. Tendremos mayores importaciones y menores exportaciones, a excepción de bienes y servicios muy diferenciados. Ello generará mayor pobreza y desempleo.
  • la configuración de la estructura socioeconómica argentina: ha estado muy vinculada al punto anterior, y a una fractura o grieta que viene desde nuestros orígenes con la antinomia interior (la llamadas «economías regionales» extra pampeanas) y el puerto, Buenos Aires y los bienes y servicios generados en esta región. Ello ha tenido su expresión política en saavedristas y morenistas, unitarios y federales, peronismo y antiperonismo… y así hasta nuestros días. Esto fue muy bien planteado en lo socioeconómico por Guillermo O’Donnell (en especial en sus texto «Estado y Alianzas en Argentina, 1956-1976»), y comentado en distintas notas como esta, donde se evidencia el comportamiento pendular y su reflejo  -llamado en la jerga económica- «stop and go«. También una derivación de lo anterior es querer vivir más allá de nuestras posibilidades. Se supuso que, con los altos precios de la commodities (en particular la soja) y un alto tipo de cambio luego de la crisis del 2001 (con superávits fiscal y comercial) no íbamos a tener más crisis recurrentes y una economía desequilibrada. Pero los cambios de política económica desde 2005 y que comenzaran a reflejarse un tiempo después, eran el preanuncio de nuevas crisis (aunque, en general, no se tomó conciencia de ello). Esto se acentuó en los últimos años (ver explicación de Marina Del Poggetto del minuto 17 en adelante de este video). El nuevo gobierno que asumió el 10/12/2015 reconoció sólo una parte de los problemas, incurriendo en la ilusión -si no suponemos desconocimiento o marketing electoral premeditado- y en una exteriorización comunicacional de una salida rápida de los mismos. En función de ello implementó cerrar el litigio con los llamados «fondos buitres», salir del cepo (pero suponiendo que no iba a impactar en los precios) sacando todas las restricciones al movimiento de capitales (como el de un plazo mínimo de permanencia que agravan los movimientos especulativos de corto plazo) y la reducción gradual del déficit fiscal (con idas y venidas en la resolución de los subsidios a las tarifas), entre otros elementos (*). Supuso inicialmente también un escenario global favorable para Argentina en términos de financiamiento (que pudiera financiar el déficit fiscal hasta 2020) e inversiones (la denominada «lluvia») y del comercio, pero no anticipó las implicancias de la llegada de Trump al gobierno de Estados Unidos, y no ponderó adecuadamente el déficit en la balanza de pagos (y por lo tanto el nivel del tipo de cambio, en el marco de una flotación libre aunque administrada). Esto lo llevó a mayo de 2018 (en el marco de haber cambiado las metas de inflación en diciembre de 2017, de un cambio de expectativas de los financiadores, de incremento de la dolarización y fuga de capitales de la economía) a tener que recurrir a un crédito stand by del Fondo Monetario Internacional lo que supone incrementar el ajuste y una aceleración del gradualismo.

En síntesis, sobre el caso argentino, las crisis recurrentes (que se pueden reflejar en una especie de «montaña rusa» o con una volatilidad en los indicadores que parecen un electrocardiograma), las implicancias culturales de anticipación a resguardarse (vía dólar), a movimientos especulativos de capitales, a la grieta «estructural» que no permite -al menos- una sociedad integrada, de bienestar y sin pobreza, el no buscar formas de compartir (en general, de ganancias, de esfuerzos -más allá de avances en acuerdos con Provincias y sectores- y no sólo de pérdidas), a la falta de visión de largo plazo sobre nuestras posibilidades reales de inserción en el contexto global, de construcción conjunta de confianza y de ir convergiendo a un cambio profundo, entre otros elementos, nos impiden superar positivamente el miedo y sus consecuencias. Ello no nos conduce a un mundo mejor.

(*) por ejemplo no implementar la ley de góndolas que fomente la diversidad de oferta y una mayor competencia en el mercado de alimentos, y paralelamente que se bajaban impuestos a la producción y a la actividad económica se fueran incrementando los impuestos directos a las personas (tener en cuenta, por ejemplo, que un sector de la población de mayores ingresos gastó en turismo -en los dos últimos años- más de veinte mil millones de dólares y, por lo tanto, su contribución al bienestar general podría ser mayor).

 

Iconos y Mitos de Mayo del 68

La imagen de la entrada muestra a uno de los iconos -o una de las imágenes- del mayo francés de 1968 que representaba, según los medios de la época, a «Marianne». En realidad, según una nota de Marina Artusa, no se llamaba Marianne, sino Caroline de Bendern. «Tenía 28 años, había nacido en Windsor y su abuelo-mecenas era un adinerado bastardo de un noble austríaco. Ella trabajaba como modelo, era amiga de Andy Warhol y había tenido un amorío con Lou Reed. Vivía entre Nueva York, Roma y París. Acababa de llegar a la ciudad con su novio de turno. No participaba en manifestaciones a favor o en contra de ninguna causa.

La chica, bella a más no poder, no era estudiante ni parisina. No se llamaba Marianne. Mucho menos tenía en mente el lienzo de Delacroix -La libertad guiando al pueblo, de 1830- con el que la compararon cuando, dolorida por la caminata, le pidió upa a su amigo, el pintor Jean Jacques Lebel, quien la cargó sobre sus hombros. Entonces ella levantó lo más alto que pudo la bandera de Vietnam, uno de los emblemas de las protestas de mayo del ’68, que había ido a parar a sus manos casi por descuido».

La periodista la pregunta: «¿usted creía en los ideales del ‘68 ?«, y ella le responde «La sociedad se estaba esclerosando. Y las cosas debían sacudirse. En ese momento no era comunista ni nada. Creo que hoy soy más anarquista que otra cosa. No creo en el anarquismo como desorden pero sí me parece que deberíamos ser gobernados por un poder más impersonal, sin los egocentrismos de hoy«

En esta misma línea, y según el resumen que hace el suplemento D, del diario Perfil, sobre el libro «La Herencia del 68. Defensa del legado de un mes que cambió el siglo XX», escrito por el filósofo André Glucksmann y su hijo Raphaël (Ed. Taurus, marzo de 2018), el “espíritu del Mayo” estuvo relacionado con «negar el patriarcado, rechazar la mentalidad pueblerina, transgredir polvorientos tabúes morales y emanciparnos de dogmas marxistas-leninistas o conservadores son rupturas que nos hicieron infinitamente más libres».

Raphaël dice que siente «la necesidad, tanto hoy como hace diez años, de defender los derechos y las libertades que nos legó el 68, de repetir hasta qué punto es preferible vivir en una sociedad en la que los homosexuales pueden casarse en un mundo que los condenaba a esconderse, en un país en el que las mujeres ocupan el espacio público, y en una nación que las relegaba a las tareas domésticas, en ciudades en las que conviven colores y culturas que en espacios encerrados en sí mismos y en sus fantasías monocromas… Y sin embargo, aún más que hace diez años, siento la necesidad de cuestionar ese legado».

Hablando de su padre, expresa que «su generación tuvo razón, su labor histórica consistió en destruir los viejos mitos nacionalistas o comunistas que encerraban las conciencias y los pensamientos, en romper las antiguas reglas que obstaculizaban los cuerpos y los deseos. Pero cuando deconstruimos un mito, ¿no debemos después escribir un relato común? Cuando pulverizamos un yugo, ¿no debemos a continuación refundar estructuras colectivas en las que inscribir de nuevo nuestras individualidades emancipadas? No lo hicieron. Y nosotros, los hijos del 68, nacimos en una especie de vacío.

Sentimos una carencia, y esa carencia es lo que no dejo de analizar para que no nos engulla. Para que no nos lleve a rechazar nuestras libertades por miedo a la soledad. No se trata de quejarse ni de repartir culpas. Sería inútil e injusto. Se trata simplemente de entender que no partimos del mismo lugar, que no hablamos desde el mismo lugar. Nuestros padres nacieron en un mundo saturado de sentido, de dogmas, de memoria y de historia. Por lo tanto, para poder respirar tenían que trabajar sin descanso en la emancipación de los individuos, en afirmar los derechos del presente. Su papel fue romper cadenas.

Pero nosotros vivimos en un universo sin ideología, casi sin sentido y sin sustancia, sumido en la inmediatez. Privado de horizonte común en el que recolocar nuestras libertades actuales. Y por lo tanto, para que también nosotros respiremos, tenemos que trabajar para volver a inscribir a los individuos en perspectivas colectivas, el instante en el tiempo a largo plazo. Ya no solo romper cadenas, sino volver a enlazarlas.

Nuestros caminos divergen porque, aunque queremos lo mismo (una vida justa y libre en una sociedad en la que se pueda respirar), avanzamos desde dos puntos diferentes, incluso opuestos. Hacia dos destinos distintos. Aunque los mueva el mismo interés humanista. Hoy lo siento con más fuerza aún que hace diez años. La crisis política, social y filosófica en la que se empantanan las democracias liberales me ha hecho reflexionar, evolucionar y cambiar… Recibimos el legado de la libertad. Nos corresponde a nosotros hacer de ella algo más que la búsqueda frenética del bienestar personal.»

La catarsis cultural del mayo francés del 68 logró deconstruir distintos mitos, emanciparse de esas cadenas y plantearse en tratar de jugar la libertad positiva «en algo más que la búsqueda frenética del bienestar personal». Ahora bien, surgen distintas preguntas: ¿en qué consiste ese «algo más»? ¿es una búsqueda de trascendencia y plenitud? ¿es plantearse modalidades económicas, sociales y políticas de autogestión? ¿es reivindicar en el siglo XXI modalidades de anarquía? ¿es involucrar a otros en compartir de manera fraterna y solidaria todas las dimensiones de la vida? ¿cómo se hace para salir de la soledad y el individualismo, construyendo lo común, enlazarnos en redes, y no en cadenas o estructuras rígidas? ¿es construir nuevos mitos y una nueva mística? ¿podremos darle un sentido de cambio profundo para avanzar progresivamente a un mundo mejor?

El tiempo dirá si son sólo estas preguntas y cuales son las posibles respuestas de un camino que se hace al andar.

 

Economías con competitividad sistémica y asociativismo

Uno de los autores que más ha trabajado el concepto de competitividad es Michael Porter. Ha desarrollado un concepto de diamante o el análisis de las cinco fuerzas, con los distintos elementos que la componen (que tiene su nombre) y ha escrito numerosos libros como es caso de «La Ventaja Competitiva de las Naciones» que va en línea con el concepto de competitividad sistémica que se muestra en la imagen de la entrada.

El Foro Mundial de Davos elabora un informe con los distintos elementos que forman parte de esta competitividad sistémica, y la CEPAL desde 1996 en su Revista desarrolla los distintos componentes a nivel macro, meso y micro. Una breve explicación se encuentra en este artículo.

Detrás de este enfoque es que una empresa, o una nación, no puede ser competitiva si sus distintos componentes no son competitivos y no colaboran entre si. La colaboración puede ser informal, responder a una estrategia nacional (desagregada sectorial y territorialmente) y/o una colaboración articulada en cadenas de valor (por ejemplo en clusters o en procedimientos como «just in time») o de manera asociada como lo plantearon Adam M. Brandenburger​ y Barry J. Nalebuff con su noción de «coopetición» o «coopetencia», evitando caer en la cartelización de la economía.

Este enfoque es una manera de «hacer negocios en los que todos participan» de alguna manera, como lo hemos planteado en esta nota. Ello es un paso hacia un mundo mejor que tendría que orientarse a ser competentes y no competitivos, así como a un sistema postcapitalista y un cambio profundo.