La Amistad

Al momento de escribir esta nota se celebra en la Argentina el día del amigo/a. La frase atribuida a Voltaire -de la imagen de la entrada- (1) nos relaciona la amistad con la vivencia «del bien».

En el excelente libro de Luis Kancyper, «Amistad. Una hermandad elegida. Estudio psicoanalítico» (Ed. Lumen, Tercer Milenio, Buenos Aires, 2014) se reflexiona en profundidad sobre este tipo de vínculo entre los seres humanos. A continuación glosamos algunas partes del mismo:

  • En «Amistad y la compasión no posesiva» cita una frase de F. Casas, que dice: «la palabra compasión -sentir con el otro en un momento extraordinario de unión- dejó de ser un buen sentimiento para convertirse en una mala palabra, casi como sentir lástima por el otro. Esta degradación etimológica explica bien el momento en que vivimos». Más adelante expresa que «en hebreo encontramos un desarrollo similar. Jehová es el misericordioso, El Rájamim; pero réjem significa «útero». El dios hebreo, el temible dios de los Ejércitos, es un dios innombrable, pero también presenta rasgos femeninos, como el útero que lo predispone a la misericordia. En el Pentateuco, se señala la necesidad de limitar el poder de la crueldad humana y contrarrestarlo con el poder de la compasión, incluso en el reino animal….»,
  • En «Itinerario de la compasión en la obra de Freud», menciona que «la compasión representa, junto con la vergüenza y el asco, uno de los diques de  la crueldad humana. Es una formación reactiva contra las pulsaciones pregenitales del sadismo, una forma muy particular de resistencia, cuya finalidad más evidente es detener la primitiva pulsión de apoderamiento ante el dolor de los demás del desarrollo de la capacidad de compadecer. Freud señala además que no se ha logrado todavía el análisis psicológico exhaustivo de la pulsión de apoderamiento»,
  • En «Gilgamesh y Enkidu, el texto literario más antiguo acerca de la inmortalidad, de la eternidad y de la amistad», comenta que entre los libros que Borges «consideraba imprescindibles, había seleccionado el poema de Gilgamesh, texto que pone en evidencia el poder estructurante de la amistad desde los albores de la humanidad para contrarrestar la crueldad primigenia y para procesar el trabajo de elaboración de las dinámicas narcisista, edípica y fraterna que subyacente en la realidad psíquica de los sujetos y en la psicología de las masas….»,
  • En «Amistad y fraternidad» explica que «en opinión de Derrida (1998), nociones decisivas para las políticas modernas como las de igualdad, libertad y democracia estarían construidas sobre la base de la fraternalización del género humano, orientada por la figura imaginaria del amigo y la exclusión -tal vez con agravio, perjuicio, daño o fría tolerancia- del enemigo, al cual le serían imputables todas las faltas a los ideales humanamente fraternales de los amigos. Esta noción dual del amigo/enemigo, que soporta y da sentido a los valores humanos, ocupa un lugar esencial en la definición del ser y de lo político y suele orientar en la búsqueda de definiciones ontológicas para hallar el sentido a los sujetos y a los pueblos en los momentos de coyuntura». Más adelante continúa con «o sea que el origen del sentimiento de fraternidad entre los sujetos, y entre los sujetos y el Estado, no se halla regido por una lógica utilitaria y pactista de intereses, sino que se relaciona básicamente con el poder detentado por las pasiones comandadas por Eros, que actúan sobre el poder actuante de la envidia, el rencor, los celos, el sadismo y la crueldad, comandados por Tánatos. La compasión es una de las pasiones de Eros que, junto al amor y a la amistad, propicia la empatía hacia el otro y los otros, y promueve un vehemente deseo de acompañar y mitigar el padecimiento del otro, aunque sin identificarse masivamente con él»,

entre otras reflexiones muy relevantes.

Referente a la relación entre amistad real y amistad virtual es interesante esta nota que menciona un estudio de la Universidad de Oxford publicado en el Royal Society Open Science, donde encuestaron a 3.300 personas. «Lo que observaron es que, en promedio, tenemos 155 contactos en Facebook, pero sólo acudiríamos a 14 de ellos si buscamos apoyo. Y a 4 de ellos si estamos atravesando una crisis, buena o mala. El estudio también muestra que el encuentro “cara a cara” sigue ganando la batalla».

Por último, podríamos incorporar la significación del mensaje de Jesús acerca de que Dios es amigo de los seres humanos que cumplen el mandamiento del amor (en el contexto del mensaje actualizado del Evangelio), y como extenderlo a una amistad social o una amistad civil.  Seguramente poder vivir esta dimensión vincular nos conducirá a un mundo mejor. En el contexto de lo expresado en esta nota: un feliz día !!!

(1) en algunas versiones del texto de Voltaire se menciona a la «gente honrada» como sinónimo de la «gente buena». Agradezco al amigo Sergio Manganelli la referencia de Voltaire y a Miguel Mascialino la del texto de Kancyper.

Emancipación, Conflicto y Armonía

Emanciparnos como personas, en general, no sólo está vinculado con el incremento de la edad biológica sino que debería estar acompañado de un proceso de maduración personal. De igual modo se podría decir, con las adaptaciones del caso, a grupos, sectores o clases y naciones frente alguien que nos domina o no nos permite crecer.

La maduración la entendemos aquí como un proceso de mayor conciencia de posibilidades y limites del cambio, y deseablemente acompañada de sabiduría. Lamentablemente muchas veces no sucede así. Para tomar la metáfora de la dialéctica entre el amo y el esclavo, cuando el esclavo se libera de la dominación del amo corre el peligro de repetir la anterior relación de poder con otros en su nuevo escenario. La historia humana tiene numerosos ejemplos como hace aproximadamente 2600 años con la guerra del Peloponeso entre Esparta y Atenas luego de que se liberaran del yugo persa, hasta las luchas por la independencia en América luego de producida esta (desde el norte con la guerra de secesión hasta el sur con la lucha entre unitarios y federales en Argentina). Del mismo modo se puede decir de muchas revoluciones (desde la francesa de 1789 hasta nuestros días) donde la élite libertadora se convierte en autócratas o dictaduras con el argumento (cierto o no) de una mayor justicia social. Por lo tanto la libertad sería el precio a pagar para lograr la justicia.

Lo anterior no es para afirmar que no haya que emanciparse sino que hay que ser muy conscientes que el conflicto (o «contradicción principal») que estaba afuera -una vez desaparecido o resuelto- aparece al interior (o «contradicción secundaria» pero ahora pasa a ser «principal»). ¿Cuales serían las formas de resolverlo? La clásica es que haya un sector (el norte de EE.UU. o los federales en el caso argentino) que vencen a sus oponentes y fijan una nueva hegemonía, dando forma más definitiva a los estados nación en este caso.

Pero la rueda de la historia continúa, y el «America First» del ex presidente Trump, es un buen ejemplo de cómo la cuestión de la hegemonía a nivel internacional toma otras formas no sólo con Méjico o la Unión Europea -con los que ha llegado a acuerdos- sino con su principal rival estratégico que es China. Habrá que ver cómo evolucionará este conflicto con el gobierno de Biden.

Entre tanto el cambio climático se profundiza hacia un mayor calentamiento de la Tierra, y los migrantes y refugiados siguen pugnando por entrar a los países desarrollados, generando en muchos de ellos reacciones xenófobas o situaciones como el Brexit en Inglaterra. Todo ello en un curso cada vez más preocupante, acompañado de una creciente desigualdad, sin que la política se haga cargo de resolver «de fondo» estas situaciones.

Vinculado más con lo micro y los vínculos humanos más primarios, en la nota que reflexionamos sobre el enfoque de libertad negativa y libertad positiva de Isaiah Berlin, comenzamos profundizando el concepto de libertad negativa. Allí decíamos que si bien es bueno que nada ni nadie restrinja mi libertad, también es cierto que puede esconder una concepción individualista y defensiva frente a terceros, si todo empieza y termina con ser emancipados bajo el enfoque y la práctica de una libertad «negativa». Para tomar un ejemplo concreto, tal vez esta fue la concepción de la cultura sueca a partir de los años 70 (vinculada con el manifiesto político en 1972: La familia del futuro: una política socialista para la familia), según este link.  En el mismo se menciona el film ««La teoría sueca del amor donde se presenta aquel ambicioso manifiesto elaborado en el gobierno de Olof Palme y en el que se apostaba por despegarse de las estructuras familiares anticuadas y buscar la independencia, “el valor más sueco de todos”. “Había llegado el momento de liberar a la mujer del hombre, liberar a la gente mayor de sus hijos, liberar a los adolescentes de sus padres elaborando un manifiesto La familia del futuro”, dice el narrador de la película. La idea era que ningún adulto dependiera económicamente de ningún familiar. “El principio es muy simple: cada individuo debe sentirse como un ente autónomo y no como un apéndice de su cuidador. Y para lograrlo hace falta crear las condiciones económicas y sociales. Y a partir de ahora solo las relaciones auténticas nos mantendrían unidos”. La nota termina diciendo: «La nueva vida del doctor Erichssen, un cirujano sueco hoy en un hospital de campaña en Etiopía – “aquí he encontrado un sentido a la vida”-, y las palabras del célebre sociólogo polaco Zygmunt Bauman terminan, finalmente, por despejar la clave de la verdadera felicidad. “Los suecos han perdido las habilidades de la socialización. Al final de la independencia no está la felicidad, está el vacío de la vida, la insignificancia de la vida y un aburrimiento absolutamente inimaginable”.

En pleno siglo XXI, lamentablemente muchas culturas y países, siguen adhiriendo -en la práctica- a la frase de Lenin de que «todo es ilusión, menos el poder». La canalización de la energía humana como poder de dominación -entre personas y países- en cambio de ponerla al servicio de una armonía (como figura en la frase de la imagen de la entrada) basada en la justicia y la amistad social, por ahora sigue siendo una utopía. El problema es que los seres humanos tenemos cada vez más poder, que hay una asimetría entre poder destruir (instantáneamente) y poder crear (lleva tiempo), y que le estamos empezando a delegar a la inteligencia artificial (cada vez más autónoma) nuestras características humanas «sin filtro» o códigos éticos que a nosotros nos cuestan llevar a la práctica.

Si no cambiamos con cierta rapidez en lo socio-cultural, en lo económico y en lo político, dando un salto evolutivo de sabiduría, no tendremos destino en esta Tierra.

¿La Vida Importa?

En el festival internacional de cine independiente de Buenos Aires, denominado BAFICI, del año 2018 se estrenaron muchas películas. Una de ellas es la película argentina «Mekong – Paraná. Los últimos laosianos«. En ella se muestra como llegaron refugiados laosianos, escapando de la guerra de Vietnam, a Argentina y como ha venido siendo su vida.

En una escena de la misma uno de los protagonistas muestra un tatuaje en su brazo. Al explicar su significado expresa que literalmente quiere decir: «la vida no importa«. La razón por la cual el gobierno de Vietnam en esa época hacía estos tatuajes era porque «si la vida importaba, nadie iba a querer ir al frente de batalla».

Para que la vida importe tiene que tener un sentido que valga la pena. Las personas que viven en situaciones angustiosas como las que venimos de mencionar, las que no visualizan ninguna posibilidad de tener un lugar en la sociedad, de ser valoradas, de qué «están jugadas» por la droga o la maraña de la marginalidad y la violencia, que se consideran sólo un objeto mercantil o una mera pieza en un tablero de ajedrez del poder, entre otras, llegan a esta lamentable conclusión. Esto no sólo les concierne a ellos, sino también al medio que los rodea que también sufre el impacto de la violencia y del sin sentido de esos seres humanos.

La bella frase de la entrada de Abraham Lincoln nos remite a una vida de calidad, es decir a que nos sintamos felices. Para ello tenemos que estar en un entorno medioambiental y vínculos personales que nos lo posibilite. Su construcción depende de cada uno de nosotros, en lo micro y en lo macro (la sociedad, la economía y la política, así como las distintas expresiones culturales vinculadas con lo sapiencial). La construcción conjunta de un sentido del compartir, de justicia, de fraternidad y de amistad social nos puede llevar a un mundo mejor.

 

Entre la Duda y la Seguridad

La frase de Bertrand Russell nos invita a pensar, a ejercer el discernimiento y a ser humildes en nuestras afirmaciones, en línea con la expresión de Sócrates: «sólo sé que no sé nada, y esto cabalmente me distingue de los demás filósofos, que creen saberlo todo».  Coincide con lo que piensan genios científicos contemporáneos como Albert Einstein quien expresó: «cada día sabemos más, y entendemos menos«.

Claro, «vivir a la intemperie total» en cuanto a estas temáticas nos genera angustias y tenemos necesidad de creer, o «aferrarnos a algo o a alguien». Los místicos y las personas que tienen una profunda fe religiosa esto lo han resuelto, así como -en el otro extremo y de manera diferente– los «tontos y fanáticos» que señala Russell. Ahora bien, el problema viene cuando queremos trasladar nuestras creencias a la complejidad de la realidad, del mundo actual, del universo….

Si nuestras creencias se redujeran a «una sola», la cuestión estaría -de algún modo- resuelta. En la «esencia» de la tradición judeocristiana (sin entrar a detallar las desviaciones y aberraciones producidas en su largo camino hasta el presente) sería la creencia y práctica del amor en todas sus expresiones y hondura. Amor como actitud, como sentimiento profundo (es decir, «sin caer en la superficialidad»), como valor, como práctica expresada en el cuidado, en el afecto, en el respeto y la valoración del otro «diferente»,  en promover la «amistad social»…. De allí en adelante todo lo demás está «en duda», «en cuestión», sujeto a verificación empírica, al análisis riguroso de cada contexto histórico y al progresivo conocimiento científico.

Una complejidad «particular» es cuando priman relaciones de intereses y de poder. Ahí «el amor no juega». La ciencia (en particular las ciencias sociales) y la filosofía (además de la ley) ¿nos podrán ayudar a discernir esto?, ¿poder «cambiar» y converger a una transformación de la cultura donde la duda nos ayude a ver -en cada contexto y de manera provisoria- los caminos que nos conduzcan a un mundo mejor?

 

Izquierda y Derecha

En línea con presentar ensayos sobre distintos temas, según diferentes enfoques y con la esperanza de construir un mundo mejor, uno de los debates que se da en muchas sociedades es si un gobierno, un partido o líder político es de «izquierda», de «centro» o de «derecha». Sabemos que esta caracterización surge originalmente de la posición que ocupaban los Diputados en la Asamblea Nacional Constituyente de la Revolución Francesa. Los que estaban sentados a la izquierda propugnaban un cambio a la situación de ese momento (el Rey tenía el poder absoluto). El cambio se basaba en el valor de la igualdad social, mientras que los que estaban sentados a la derecha se oponían a este cambio de limitar el poder del Rey.

Norberto Bobbio ha actualizado esta temática en su libro «Derecha e Izquierda» (Ed. Taurus, 2014), pudiéndose visualizar un resumen en este link. En el mismo se indica que «Bobbio señala que frente al fracaso del “comunismo real” y de los regímenes autoritarios de derecha, “toda concepción totalizadora de la historia, según la cual la historia tiene una meta preestablecida y definida, no tiene futuro, porque ninguna meta está establecida de antemano, ninguna meta es nunca definitiva. Al menos en una concepción no profética, no escatológica de la historia, como la que caracteriza al pensamiento laico al que me siento ligado”.

Sin embargo, Bobbio no cree que dichos autoritarismos hayan agotado los conceptos de derechas e izquierdas. Él se mantiene dentro de esta conceptualización, ampliándola, otorgándole contenidos que no permiten que los extremismos identifiquen estos conceptos, resalta el rol de los moderados en la democracia, no niega otras clasificaciones -como progresismo y conservadores- sino más bien entrega al debate los principios de los cuales él parte para considerar válidas aún estas diferenciaciones y enriquecerlas». Además de derechas e izquierdas, y la igualdad, desarrolla la cuestión de la libertad.

El politólogo José Nun también retoma este concepto en un programa televisivo y en una nota en el diario La Nación. Respecto del valor de la libertad, distingue entre «liberales» y «liberistas» en base a un enfoque de Benedetto Crocce. Este filósofo plantea que el «liberalismo» lucha por las libertades y las instituciones republicanas, mientras que el «liberismo» lucha por las manos absolutamente libres en el mercado. Lo primero sería un enfoque progresista, mientras que el segundo no porque implica la concentración del poder económico y el aumento de la desigualdad.

En base a lo expresado, tal vez podemos decir que los valores, las cosmovisiones y los relatos son importantes, pero dada la complejidad de los procesos que se juegan en la realidad, las acciones -muchas veces- no sólo no se correlacionan con ellos sino que se entremezclan y son contradictorios, como bien menciona Nun. Al respecto cita los casos de dos líderes que vienen de «la derecha» e implementan medidas consideradas «de izquierda» (el caso inverso también se da). Al respecto menciona particularmente a Otto von Bismarck que implementa el sufragio universal y sistema de protección social (como antecedente del estado de bienestar) y a Winston Churchill solicitándole planes sociales avanzados para los trabajadores a William Beveridge.

Quien retoma este último tema, desde la ciencia política aplicada, es el intelectual y asesor político ecuatoriano Jaime Durán Barba cuando en la página 286 de su libro (en colaboración con Santiago Nieto) «La Política en el Siglo XXI. Arte, Mito o Ciencia (Ed. Debate, Buenos Aires, 2017) dice «a casi nadie le importaba que Lula fuera de izquierda, pero la mayoría apreciaba su labor». Aquí se reafirma la importancia de analizar la realidad en base a resultados valorados por la mayoría, más que a un debate sobre conceptos o categorías que la mayoría considera abstractos, difíciles de asir o del pasado.

De todos modos los conceptos, las cosmovisiones, paradigmas…. juegan en el abordaje de los fenómenos y en particular el sentido de la acción y de los resultados. Jorge Fontevecchia (quien ha escrito sobre esta temática o en entrevistas a intelectuales como Comte-Sponville) hace la introducción al libro mencionado de Durán Barba, titulándola «Antropólogo del presente». Al final dice: «este es un libro sobre el cambio, sobre cómo la existencia es cambio, como el cambio se cambia a sí mismo acelerando el proceso de cambio, lo que llamamos posmodernidad, cómo aplicar la teoría del cambio a la fabricación de consensos como herramienta de la política».

Además de lo señalado por Fontevecchia, en el primer capítulo del libro mencionado, los autores utilizan textos como los de Harari, las cosmogonías relacionadas con Lao Tsé, Confucio y Buda con sus aportes a la sabiduría universal, entre otros, siempre bajo un paradigma positivista del análisis científico y de la caída de los grandes relatos que plantea la posmodernidad.  Aborda la cuestión del «sentido de la justicia y la desigualdad» (págs. 172 a 175, op.cit.), donde -entre otras cosas- dice que «el sentido de la equidad es un elemento arraigado en nuestro ser antes que apareciera la especie». En el punto «Una nueva ética» (págs. 233 a 235,  op.cit.) parte de un libro de Pekka Himanen donde -en el prólogo del mismo que hace Linus Torvalds-, expresa que «la humanidad atraviesa tres etapas en todas sus actividades: supervivencia, vida social y entretenimiento». Relacionado con esta temática, en la parte de «Nuevos valores» (págs. 321/2) plantea los de las nuevas generaciones, resaltando el «rol de lo femenino» y el pluralismo, entre otros conceptos. Aclara en la página 189 que «la democracia y la ciencia se llevan mal con los profetas».  En las 373 páginas que tiene el texto se abordan muchos otros temas y enfoques.

En base a este marco general Durán Barba, en declaraciones a los medios, considera perimido -en términos tradicionales- este debate de izquierda y derecha y propone «resignificarlo». Según su opinión «la izquierda es la que mira hacia el futuro» y por lo tanto líderes como Macri o Macrón son los que hoy la representan en acciones concretas y prácticas que llevan a mejoras materiales, a estar mejor, en el trabajo en equipo, en una nueva forma de liderazgo más horizontal….

Habiendo presentado estos enfoques, desearía dejar planteadas a los lectores algunas preguntas que me surgen:

  • ¿podremos hacer un discernimiento «no prejuicioso y simplista» tratando de ver -como plantea Nun- si las acciones concretas -más allá de los relatos y posiciones originales- van en una dirección u otra?
  • ¿»la buena labor» que hizo Lula, mencionada por Durán Barba, no tiene ninguna relación con la cosmovisión de este dirigente aplicada a la política concreta de Brasil?
  • ¿el valor del pluralismo -que señala Durán Barba- de la democracia liberal conlleva necesariamente «el liberismo»  planteado por Crocce? ¿buscar «pisos» de igualdad y modalidades de libertad positiva vinculadas con la justicia  y la solidaridad…es caer en un «profetismo que se lleva mal con la democracia y la ciencia»? La respuesta puede ser «no» si se consensuan democráticamente «derechos». Después habrá que analizar cómo se implementan, no?
  • En el marco de lo anterior ¿podremos ir más allá de la libertad de mercado que plantea el «liberismo» (o los «liberales económicos») y evolucionar hacia el comercio justo y otros tipos de empresas (sociales, economía social, cuatro retornos, empresas de triple impacto…)? ¿Esto seguramente tendrá que ver más con «la cultura» que con «la ley»?
  • ¿se podrá superar una contra cultura adolescente y consensuar y evolucionar hacia una «madurez» (superando el «narcisismo individualista«)?
  • para quienes vienen de una tradición nacionalista y popular ¿se podrá consensuar que es un valor lo planteado por los «liberals» en el sentido de la importancia de la existencia de la libertad republicana dado que los regímenes autocráticos no son buenos? ¿o la autocracia es una «mal menor» con el que estamos «condenados» a convivir?
  • para quienes vienen de una tradición liberal ¿podrán hacer una política popular que vaya eliminando la pobreza?:  para quienes vienen de una tradición popular ¿podrán hacer una política sostenible en el tiempo sin caer en el populismo?
  • en el marco de leyes e instituciones cada vez más justas ¿podremos adicionar y enfatizar cada vez más la empatía compasiva, la amistad social y la solidaridad ubicándola en el lugar que le intentó dar la revolución francesa a la «fraternidad»? en el caso de la igualdad ¿podremos construir, además de la igualdad de oportunidades, un piso universal de igualdad?
  • los liderazgos democráticos ¿sólo tienen que «espejarse» en las demandas de los distintos públicos o pueden -además y a partir de allí- establecer un diálogo con la sociedad de la que forman parte e invitar fraternal y amistosamente a ir «más allá» y mostrar caminos e instrumentos que nos puedan llevar a un mundo mejor al conjunto? ¿luego de la caída de los grandes relatos sólo seremos cortoplacistas, individualistas e «inmanentistas» sin ningún horizonte común consensuado democráticamente que nos movilice?

Seguramente es complejo y difícil, en el contexto de la globalización y del mundo de hoy, y tal vez sea «ingenuo» o una utopía, pero si queremos construir la paz donde la humanidad sea más feliz sería bueno intentarlo, no?

 

Compartir

El compartir, y más en general el ser solidarios, está relacionado a distintas cuestiones como nuestra condición humana, nuestra capacidad de cooperar y la relación con la generosidad y la felicidad. Según Harari, en la página 22 de su libro «De animales a dioses» (Ed. Debate, Buenos Aires, 2017), afirma que «para criar un humano hace falta una tribu. Así la evolución favoreció a los que eran capaces de crear lazos sociales fuertes».

En los orígenes compartíamos por necesidad y utilidad frente a una naturaleza cambiante y hostil, y los «lazos sociales fuertes» fueron generando amor.  Luego nos fuimos liberando de algunas necesidades y se fue incrementando el deseo (en el capitalismo fomentado por la publicidad). Quedó también la utilidad (el interés) así como la empatía y la solidaridad, el deseo de justicia, de encarar de manera positiva y decidida la pobreza, de reparar y cuidar el medio ambiente….

El capitalismo se ha caracterizado, en general, por privatizar las ganancias y socializar (una forma de compartir..) las pérdidas (entre los múltiples ejemplos se puede mencionar a la crisis financiera del 2008 en EEUU). Ha tenido como virtud crear riqueza (como ningún otro sistema, hasta la actualidad) lo que ha permitido sacar a millones de personas de la pobreza, pero con desigualdad creciente (salvo por intervenciones estatales o expresiones culturales marginales), y no cuidado de las personas (en muchas ocasiones) ni del medio ambiente.

Se puede compartir por distintas razones: por afecto, mutuo interés, temor, por ser solidario, compartir con sentido de justicia. También compartir sueños, proyectos, ideas (en equipo), actividades o tareas, amistad.. Hoy en día podemos compartir en las redes: imágenes que somos valiosos, que existimos, buenos momentos o momentos felices, ideas e informaciones en Wikipedia……Incluso en el capitalismo compartir ganancias o la economía colaborativa.

Lamentablemente también se puede compartir el odio, el rencor, el resentimiento….y distintas formas de agresividad.

¿Necesitaremos hoy y en el futuro compartir? ¿será útil? ¿será deseable? Seguimos siendo débiles y frágiles no ya contra el oso o los grandes felinos, sino contra los huracanes, asteroides, terremotos, irrupciones volcánicas, inundaciones, sequías, incendios…y las amenazas provenientes del cambio climático, la desigualdad, la exclusión, la violencia y otras manifestaciones del sistema socioeconómico.  Respecto de ¿qué compartir? ¿seremos capaces de compartir la construcción de una amistad social así como deseos y acciones que nos lleven a un mundo mejor?

La ley obliga, pero una cultura de la empatía va más allá y se complementa

La ley es algo necesario para ordenarnos como sociedad (a través de instituciones) y como personas (en este caso, según en el psicoanálisis, alojada internamente en el super-yo). En distintos enfoques de la economía, el papel de las normas e instituciones tienen un rol central debido a la función que ellas tienen para resolver los problemas de coordinación. A partir de Douglass North, se definen a las instituciones como un juego de reglas, formales o informales, que los actores generalmente siguen para motivos normativos, cognitivos, materiales y organizacionales -como entidades duraderas- con miembros formalmente aprobados. Dentro de este contexto se han desarrollado normas privadas (ej. ISO, EFQM, etc.) que plantean un «deber ser» vinculado a lo que se define como «calidad» y otros tópicos. De allí su importancia en el funcionamiento socioeconómico.

Hay distintas corrientes estudiadas en la filosofía del derecho, y también hay autores que la consideran «ficciones» como en el libro de Harari,  «De Animales a Dioses» (Ed. Debate, Bs.As, 2017) que las relaciona con «las culturas» (en la página 5 del texto mencionado), y les da un enorme valor simbólico que tiene su correlato en prácticas y acciones concretas.

También sabemos que los seres humanos tenemos un desarrollo evolutivo, en un contexto socio-ambiental determinado, según autores como Piaget (El criterio moral en el niño, Ed. Fontanella, España,1974) y Kohlberg (Psicología del desarrollo moral, Ed. Desclee De Brouwer, 1992). Este último va a plantear tres niveles y seis etapas del desarrollo moral del individuo, siendo la última la vivencia de principios éticos universales (posteriormente sugirió una séptima etapa vinculada a una moral trascendental).  Esta «vivencia» es una etapa superior en el desarrollo moral superior a la de comportarme porque hay una ley externa que «me obliga» (también llamada «la amenaza del garrote») o por un «incentivo» (en el sistema actual por un interés -en general «material»- también llamado «la zanahoria»).

Si hemos tenido un contexto personal donde hemos sido amados y socio ambiental de cuidado, seguramente hemos «aprendido» a ser empáticos. Daniel Goleman (Inteligencia Social, Kairos, 2006) emplea la palabra empatía en tres sentidos diferentes:

  • «conocer los sentimientos de otra persona,
  • sentir lo que está sintiendo y
  • responder compasivamente ante los problemas que la aquejen,

tres variedades diferentes de la empatía que parecen formar parte de la misma secuencia 1-2-3, es decir, le reconozco, siento lo mismo que usted y actúo para ayudarle”.

Como hemos dicho más arriba la empatía se «aprende» al igual que se «aprende la ley». Además del aprendizaje en el núcleo familiar, también lo podemos aprender en instituciones educativas. Ellas pueden ir desde situaciones muy difíciles como las realizadas por Reuven Feurestein con los niños que habían sobrevivido del holocausto, hasta las escuelas confesionales (donde la práctica del amor es central), las escuelas estatales de Finlandia -como se muestra al final de la película «Demain«-  o «transformadoras» impulsadas por Ashoka.  Otra forma de expresar esto sería bajo la modalidad de «amistad social» o lo que plantea Jesucristo en el Evangelio de Mateo 5, 17 a 33 sobre la plenitud de la ley (que es el amor) como plantea esta reflexión.

Sabemos que la ley y las instituciones «son un piso necesario» que formalizan derechos y obligaciones para nuestra convivencia y superación pacífica de nuestros conflictos, en especial cuando la escala humana, la rivalidad y la complejidad se agigantan, así como para poder coordinar eficazmente nuestras acciones. A ello se agrega que han jugado (y juegan), en el desarrollo civilizatorio, un rol fundamental en cuanto a inducir a un «deber ser» (en cuanto a derechos y obligaciones) que una sociedad democrática desea fomentar (allí habrá que compatibilizarlo con su viabilidad). Por ello se los debe valorar, cuidar y fomentar. Pero lo que aquí se quiere destacar es que, partiendo de la base anterior y articulada y complementaria con ella contar con una cultura de la empatía y del cuidado (al respecto ver esta nota). Por lo tanto es importante también trascender el ser «esclavos de la ley» (tomando la expresión de Cicerón) y la «mera automaticidad» para ser eficientes y eficaces (con los peligros de «robotizar» y burocratizar nuestros comportamientos) en las que se puede caer. Por ello se considera fundamental evolucionar en «ser empáticos» y jugar nuestra libertad positiva en un sentido de una mayor densidad, profundidad y sostenibilidad armoniosa a nuestros vínculos y nos ayudará a construir «esperanza» de cambios culturales que nos permitan ser más felices y evolucionar en línea con un mundo mejor.

La cuestión nacional

La cuestión nacional, tiene su origen cuando los pueblos -en base a determinadas características comunes- buscan formar estados independientes que, en principio, se plantean un futuro en común. El politólgo Benedict Anderson las denomina «comunidades imaginadas«.

Luego del desmembramiento del imperio romano, se fueron gestando -bajo el feudalismo- distintas unidades territoriales. Es así como hay coincidencia de que el «estado moderno» surgió entre los siglos XV y XVI (en especial con la Paz de Westfalia) bajo distintas formas de reinado (en particular en Europa). Este proceso fue respaldado por la burguesía que, a través de distintas revoluciones (industrial, burguesa, liberal…), fue configurando desde finales del siglo XVIII los estados nacionales que conocemos hoy en día.

Zygmunt Bauman, en su libro «La Sociedad Sitiada» (FCE, España, 2004), plantea que el estado nación surgió de los descendientes republicanos de los Imperios Sacros que se encontraban en decadencia y descomposición, y se separaron de sus respectivas Iglesias. Allí emergió la alianza de la «joven nación» con el «incipiente estado». El Estado colaboraba secundando las ambiciones de integración, asimilación y represión que la Nación le planteaba. La fe religiosa era un asunto privado que no concernía al soberano político, pero luego el Estado “toma a la Nación como compañera y esposa”, proclamando que la función del estado soberano y el deber cívico de sus sujetos debía ser la promoción del “patriotismo”. De ahí el carácter o dimensión «religiosa» del nacionalismo, con sus distintas manifestaciones sociales, económicas y políticas según el país y el momento.

Según Ernest Renan la nación es un futuro en común. Por ello la «potencia» que tienen planteos independentistas, como el de una parte significativa de la sociedad de Cataluña (ojalá se puedan seguir cursos de acción como lo propuesto en este video). El pensamiento de Renan se relaciona con el de Lord Acton (crítico del nacionalismo). Sobre la cuestión de «¿cuando se justifica la independencia? es interesante la reflexión de Mario Bunge.

El marxismo, si bien plantea el internacionalismo proletario, también discute la «cuestión nacional» en sus orígenes, y más recientemente en consignas como las de Fidel de «patria o muerte«. Por lo tanto vemos que es una cuestión contemporánea muy relevante.

Pasar de lo individual o personal a lo familiar y grupal, y de ahí a lo local y nacional, forma parte de nuestra historia singular y es bueno valorizarlo. Ahora ¿como «seres humanos» y vinculado a la frase de la imagen de la entrada (de Séneca) podremos tener un «proyecto en común» que incluya, pero vaya más allá, de lo nacional hacia lo «universal»? Seguramente, y la historia lo demuestra, es difícil y complejo articular «lo particular» con «lo común» y «asir lo universal«. Pero ¿la «evolución humana» se agota en nuestro «pedazo de territorio»? Con la información que tenemos hoy sobre el cosmos, ¿podemos ser tan «parroquianos»? ¿la fraternidad o la amistad social no se proyecta? ¿no «trasciende estos límites estrechos»? Las respuestas las tenemos nosotros.

PD: una versión actualizada de la noción de patriotismo se puede visualizar en el discurso de Donald Trump en la ONU el 25/9/2018. También es interesante este artículo de John Carlin, donde hace referencia a la palabra inglesa Jingoism: significa, según el diccionario, “patriotismo extremo, agresivo”.

La Desigualdad

Los seres humanos somos iguales por naturaleza y dignidad. También, cada uno, es singular y diferente: en género, en edad, en historia personal, en el contexto donde se desarrolló esa historia, en talentos o capacidades… entre otras características diferenciales.

En esta nota nos preguntaremos acerca de cuándo la diferencia se convierte en desigualdad y falta de equidad, y de allí la frase en la imagen de la entrada (1). Aquí van algunas de las posibles explicaciones con comentarios sobre medidas a adoptar:

  • según Jean-Jacques Rousseau, en su Discurso sobre el Origen y los Fundamentos de la Desigualdad de los Hombres, hace mención a la desigualdad de fuerzas y a la desigualdad surgida de la moral (hoy podríamos agregar de determinadas «pulsiones» y una razón práctica localizada a lo «útil de corto plazo»)Respecto de la moral, ve a la sociedad civil como una trampa perpetuada por los poderosos sobre los débiles, de modo que puedan conservar su poder y riqueza. Por lo tanto el origen de la desigualdad está en el poder. Relaciona esto con el lugar que cada uno ocupa en la división social del trabajo y tomar ventaja o aprovecharse (¿la codicia?, ¿la maximización de lo individual?, ¿la dificultad en compartir?) de ese lugar que cada uno ocupa en «la división del trabajo» (hoy podríamos decir dependiendo de las variedades de capitalismo y del tipo de globalización): «Mientras los hombres se limitaron a practicar diversas artes que no requerían la labor conjunta de varias manos, vivieron una vida libre, saludable, honesta y feliz. Todo esto cambió desde el momento en que un hombre empezó a necesitar la ayuda de otro y desde el momento en que a cada hombre empezó a parecerle ventajoso tener provisiones suficientes para dos”. De lo anterior se deduce que si la «raíz de la desigualdad está en las relaciones de poder» la «solución» de fondo va a pasar por canalizar nuestra energía de otro modo.
  • Quien no explica los orígenes de la desigualdad, pero sí muy bien la relación entre el progreso y la «inevitable» desigualdad (al menos hasta la actualidad), con la que va asociada, es Angus Deaton en su libro El gran escape: salud, riqueza y los orígenes de la desigualdad (Fondo de Cultura Económica 2015). Cabe destacar que la «inevitable» desigualdad, debería ser «acotada» cómo se propone hacia el final de esta nota.
  • Si simplificáramos mucho el enfoque marxista, podríamos afirmar que -en la evolución de la conciencia humana- si sacamos la herramienta o «institución» de poder del explotador, que es la propiedad, socializamos las relaciones de producción (es decir el capital) y se retribuye el trabajo igualitariamente, se resuelve la desigualdad. Sabemos que la socialización se transformó -en la práctica- en estatización (con la consiguiente burocratización), y no se resolvió bien el balance entre estímulos materiales y morales (debatido al origen de la revolución cubana), emergiendo nuevamente variedades de capitalismo.
  • para el liberalismo económico la desigualdad es una cuestión natural y no sólo no es un problema, sino que genera un fenómeno de emulación hacia el arquetipo del «rico o exitoso en términos de acumulación económica» y por lo tanto es un motor poderoso de impulso y crecimiento del sistema capitalista (la evidencia empírica parece demostrarlo incluso en países como China recientemente),
  • la posición anterior tiene variantes como la de Branko Milanovic que dice que «la desigualdad es como el colesterol: hay una buena, que estimula la innovación, la competencia, etcétera, y una mala». El propone «revertir la concentración de capital, porque la participación del capital en el ingreso neto total está aumentando. Si el capital continúa estando concentrado, nuestra sociedad se vuelve automáticamente más desigual. En segundo lugar, debemos ofrecer a todas las personas las mismas oportunidades educativas de excelencia. Esto vale especialmente para Estados Unidos, pero también para otros países. Por lo tanto, el énfasis no debe estar en una mejor distribución del ingreso ya logrado, sino en garantizar a todos un punto de partida comparable. Me parece que este es el campo político futuro de la izquierda, junto con un impuesto a la herencia, aunque no sea muy popular. Tal impuesto no significa que se vayan a gravar todas las herencias, sino solo las grandes herencias de, digamos, más de un millón de euros. Esta podría ser una política sensata de izquierda: enfocarse más en el estadio anterior a la redistribución. Esta es una igualdad más sustancial que simplemente redistribuir el dinero que ya se ha ganado».
  • hay corrientes que plantean un sistema de bandas, entre un piso y un techo para la desigualdad. Volviendo a Rosseau, en “El contrato social” señala que “…el estado social será ventajoso para los hombres sólo cuando todos posean algo y ninguno tenga demasiado”, lo cual no implica igualdad absoluta entre los individuos, sino que establece como principio que “…ningún ciudadano sea lo suficientemente rico como para comprar a otro y ninguno tan pobre como para verse forzado a venderse». Esta ha sido en general la posición de la  socialdemocracia (podríamos incluir también al socialcristianismo) y experimentado, en particular, en los países nórdicos.
  • un autor reciente que ha fundamentado este tema en el sistema capitalista contemporáneo es Thomas Piketty (además de otros, como el citado Milanovic). Sintetizando su enfoque: «cuando la tasa de crecimiento de la rentabilidad del capital supera la tasa de crecimiento del producto y el ingreso, como sucedió en el siglo XIX, y parece muy probable que suceda de nuevo en el siglo XXI, el capitalismo genera desigualdades arbitrarias e insostenibles que socavan radicalmente los valores meritocráticos en los que se basan las sociedades democráticas«. Señala que «la política ideal es un impuesto progresivo sobre el capital, aplicado simultáneamente en todo el mundo, lo cual es indudablemente una utopía (pero una utopía útil)». En este sentido van las propuestas de gravar a las empresas tecnológicas que tienen sus activos «en la nube» y operan a escala global. Están quienes proponen gravar los flujos, como los financieros (tal es el caso de la tasa Tobin). También están las quince recomendaciones del Dr. Anthony Atkinson,
  • el 26/08/18 el diario La Nación publicó dos excelentes notas: una sobre las recetas exitosas que revirtieron el fenómeno de la concentración (que mencionamos en esta reflexión) y otra sobre felicidad y prosperidad.
  • la que nos hemos referido en esta entrada,

entre otras (véase, por ejemplo, el impacto de la desigualdad no sólo en los pobres sino también en los ricos).

Entonces para quienes vemos los problemas que conlleva la desigualdad, las propuestas sobre los procesos para disminuirlas o tender a resolverlas son muy variadas, además de la más arriba mencionada del diario La Nación:

  • generar un piso de oportunidades de condiciones de vida digna, y en particular con una educación de calidad, con políticas públicas adecuadas, e instrumentos como el ingreso universal, así como promoviendo nuevos tipos de trabajo y emprendimientos,
  • evitar la concentración del capital con restricciones como la defensa de la competencia y/o gravando más cuando esto se produzca,
  • gravar progresivamente el capital (stocks en general, e impuestos progresivos a la herencia y bienes personales) y flujos (ingresos personales y movimientos especulativos de capitales) que nos permitan financiar lo indicado en primer término, y posibilitando desgravar lo que vaya a inversiones que generen valor agregado (articulando generación de riqueza con distribución) hacia sectores con oportunidades de desarrollo sostenido en el tiempo y sustentable en lo medioambiental y social. Del mismo modo orientar el cambio tecnológico con políticas adecuadas («el cambio tecnológico tiene un paradigma redistributivo, ya que este resulta en fuentes de ingresos de capital. Como Atkinson mismo lo menciona, aludiendo a James Meade, esto es crucial porque “sí importa de quién son los robots”),
  • generar otro tipo de organizaciones (con otras culturas diferentes a la sola maximización del lucro) que agreguen valor tanto de empresas capitalistas que compartan el excedente así como las «no capitalistas» (de economía social, de comunión, y otras experiencias), articuladas con empresas públicas o mixtas eficientes,
  • acordar, en el marco del G20 y Naciones Unidas, otro tipo de globalización (más allá del nuevo esquema de re-equilbiro de poder que busca EEUU) no sólo para el comercio o la tecnología (en cuanto a su sentido, distribución y frutos), sino especialmente para que las medidas impositivas no sean eludidas o evadidas a paraísos fiscales o países con legislación permisiva. Si esto último ocurriera no se podría asignar la redistribución de lo recaudado a los Objetivos de Desarrollo Sostenible, en particular a erradicar la pobreza en el mundo, evitar las migraciones por esta causal y revertir el cambio climático. Hasta tanto se avance a escala global habrá que discernir cuales son las posibilidades y límites a escala nacional y de bloques regionales, para avanzar en esa dirección,
  • generar otro tipo de intercambios,

entre las principales. Sabemos que es un camino muy difícil (en particular a escala global), pero estos procesos serán posibles si tomamos conciencia -al menos- de cuales son las consecuencias de no hacerlo y tenemos la sensibilidad y voluntad para que se movilicen todas las fuerzas culturales, sociales y políticas que permitan implementar instituciones adecuadas -tanto a nivel nacional como internacional- dándole un rol efectivo y adecuado a los Estados en los procesos mencionados. Al mismo tiempo será fundamental dejar de lado una cultura individualista y de relaciones de poder y pasar a vínculos articulados con móviles más empáticos, altruistas y solidarios, sin los cuales las instituciones no se sostienen (o se transforman en una «cáscara vacía» o en «un como sí»). Seguramente ello contribuirá a que las diferencias y singularidades no se transformen en desigualdades y sufrimiento, y podamos converger a «un compartir» de un mundo mejor y sustentable.

(1) En esta misma dirección va una frase de Freud en su obra publicada en 1927, denominada «El Porvenir de una Ilusión». Allí, entre otros conceptos expresa: “No hace falta decir que una cultura que deja insatisfecho a un núcleo tan considerable de sus partícipes y les incita a la rebelión no puede durar mucho tiempo, ni tampoco lo merece”. En la edición de este libro por parte de Rueda está en la pagina 16, tomo XIV, y en la de Editorial Amorrortu en la página 12, tomo XXI (agradezco a César Merea la referencia).

 

Con la simpatía no alcanza para un mundo mejor

A lo largo de la historia nos hemos preguntado “quienes somos?” y en particular la filosofía ha reflexionado sobre la cuestión de la naturaleza humana (hoy también abordada por la ciencia moderna).

Las respuestas han sido muy diversas. Sólo quisiéramos mencionar una respuesta en particular: la de Adam Smith, uno de los padres fundadores de la economía como “ciencia”, pero que comenzó siendo filósofo en el contexto de su época (1723-1790) y en particular de la escuela historicista escocesa.

Este autor, en 1759, publica “La Teoría de los Sentimientos Morales” donde hay un concepto central en lo que se refiere a lo relacional como es el de la simpatía entre el individuo y la sociedad. En 1776 publica “La Riqueza de las Naciones”, donde en lo relativo a “lo relacional” en lo económico surge la conocida afirmación “«No de la benevolencia del carnicero, del cervecero o del panadero de quien esperamos nuestra cena (…) sino de su interés particular…». Un siglo después pensadores alemanes señalan la contradicción entre estos dos conceptos (por un lado tener simpatía y por otro lado no ser benevolente).

En una nota en el blog “Alquimias Económicas” he abordado esta cuestión con más profundidad, que en caso de que te interese puedas consultar en el siguiente link: https://alquimiaseconomicas.com/2017/07/25/un-mundo-mejor-y-el-problema-de-adam-smith/#more-2348 (ha sido comentado por Jorge Fontevecchia en el diario Perfil).

Allí se señala que esta “simpatía” debe alcanzar las tres fases de la empatía, en los términos de Daniel Goleman (Inteligencia Social, Kairos, 2006), que en su tercera fase se convierte en “empatía compasiva”: es decir le reconozco, siento lo mismo que usted y actúo para ayudarle”. Si no pasamos a actuar concretamente para ayudarle, no sólo a nivel individual, sino también en lo socio-económico y por lo tanto con otras formas intercambio y con una mediación efectiva e inteligente del Estado hacia quienes están en una situación de fragilidad o debilidad, no podremos alcanzar un mundo mejor. Ello conlleva jugar nuestra libertad hacia acciones afirmativas y políticas que vayan produciendo un re-equilibrio de la desigualdad, lo cual será el resultado de la expresión de una solidaridad y fraternidad que nos posibiten la construcción de una verdadera amistad social. Con la simpatía sola no alcanza.